El cine comenzó siendo un western y el gran dios John Ford fue su creador. Su obra se avecina tan compleja e inabarcable que sus fotogramas, esos pedazos de tiempo y espacio, aún sirven para seguir disfrutando del séptimo arte por muchos siglos venideros. Dicho esto, cuando la mañana de ayer sufrí «Meeks Cutoff», sentí que el western había cambiado de sexo y religión. La directora Kelly Reichardt, conocida en este festival, trae a competición una de vaqueros protagonizada por Michelle Williams y Paul Dano. La historia nos traslada al desierto de Oregón y a la aventura de unos pioneros que tratarán de buscar la tierra prometida. Por el camino se encuentran a un indio cuya presencia dividirá al grupo. A pesar de que esta puede ser una buena historia, termina siendo una película pesada y carente de tensión, con un mensaje feminista y multicultural, al estilo new age que ya pudimos sufrir con la mexicana Alamar. Se supone que el cine es acción y que por el medio se suceden actos de lealtad, traición, sensaciones de pérdida y derrota. Aquí no hay nada de eso. Es el puro vacío en el desierto. La absoluta nada que hará las delicias a aquellos adictos a las imágenes planas.

Por otra parte, Ryan Gosling y Michelle Williams son los protagonistas de «Blue Valentine», un drama dirigido por Derek Cianfrance que ya compitió en el Festival de Cine de Sundance. La película es, según sus artífices, una historia de amor perdido y encontrado que narra los esfuerzos de una pareja, Dean y Cindy, por salvar su matrimonio resquebrajado. El montaje del director crea un paralelismo entre el pasado y el presente de los dos protagonistas, aquella época en que se conocieron y lo que se supone es el último día antes de que comience su divorcio. Al contemplar la película uno trata de averiguar en qué momento se fastidió la historia, pero eso queda en manos del espectador, algo imperdonable, porque convierte la película en una ingenuidad sentimental, que no sabemos a qué lugar nos lleva. Los días de vino y rosas se entremezclan con las cenizas de un amor domesticado, dejando finalmente al espectador un sabor extraño en la boca, como de película inacabada, que aún tiene mucho que contar para poder comprender y, sobre todo, sentir, la angustia de la pareja. En cualquier caso, disfruto con la interpretación de Ryan Gosling, cuyo personaje, en algunos momentos, roza ese vértigo alcohólico, esa desesperación ilimitada que, inevitablemente, me recuerdan a Nicholas Cage en «Leaving Las Vegas». Es bastante probable que Michelle Williams sea nominada a los «Oscar» por su papel en este largometraje. De todos modos, la película está muy lejos de ser redonda a pesar de la expectación que ha creado a lo largo de estos días en Gijón. Como mucho, podemos decir que es una película correcta.