Conocí a Paco Arias de Velasco en los inicios de 1962, cuando Graciano García y yo nos presentamos en la redacción de LA NUEVA ESPAÑA en busca de un hueco en sus páginas, porque queríamos ser periodistas. Nos habían dicho algunos amigos que aquel intento no tenía futuro alguno, y que nos estrellaríamos contra un muro que lo había hecho igualmente imposible para otros aspirantes. Pero lo conseguimos. Pedimos ayuda al hijo de Juan Luis Cabal Valero, conocido redactor del diario, que nos concertó una entrevista. Y mientras hablábamos con Cabal entró en la redacción Francisco Arias de Velasco, al que Juan Luis dijo, mientras pasaba ante nosotros: «Mira, director, estos chavales quieren ser periodistas». Él se detuvo, nos miró a través de sus gafas cabalgadas sobre su gruesa nariz y apenas apoyadas en sus grandes orejas, y le respondió: «Pues que estudien y se preparen, porque va a hacer falta gente en la casa». Aquel día nos permitieron enviar noticias y reportajes de Aller, nuestro concejo de origen, que fue el primer paso. El siguiente se produjo algunos meses después, cuando se inició el cambio generacional en la redacción y nosotros estábamos allí, junto con Evaristo Arce, José Vélez, Rubén Suárez y Diego Carcedo. A partir de entonces para Paco, que no tenía hijos, fuimos siempre «los mis neños».

l Licenciado en Derecho y periodista. Francisco de Paula Arias de Velasco y Sarandeses había nacido en Oviedo el día de Navidad de 1893, en el seno de una familia carlista, de gran arraigo y prestigio en el municipio. Su padre, don Sancho, era magistrado en la ciudad, y su tío Jesús había sustituido a Leopoldo Alas, Clarín, en la cátedra de Derecho Natural tras su fallecimiento, y posteriormente obtuvo la cátedra de Derecho Administrativo y fue vicerrector y rector de la Universidad de Oviedo, cargo que abandonó en 1923, cuando el general Primo de Rivera tomó el poder. El socialista Fernando de los Ríos lo llevó al Tribunal Supremo para presidir la Sala V. Fue asesinado en los primeros días del conflicto civil por unos milicianos que antes habían hecho, en su presencia, lo mismo con sus hijos.

Paco estudió Derecho y se colegió en su ciudad para ejercer la abogacía. Sin embargo, su vocación de siempre había sido el periodismo, que vio satisfecha en aquel 1923 con su incorporación a «La Voz de Asturias», diario del que fue uno de los redactores fundadores. Pasó como redactor-jefe a «Región», fundado aquel mismo año. Y tras un breve paso por «El Carbayón», superviviente del siglo XIX, regresó a «La Voz de Asturias», donde ejerció hasta 1935. En unos breves datos biográficos redactados por él mismo escribió que en el momento de comenzar la Guerra Civil se dedicaba a las representaciones comerciales y al ejercicio del periodismo en la dirección de «El Lunes», semanario deportivo del que fue fundador y copropietario.

l Dos años de convivencia en LA NUEVA ESPAÑA. Cuando al fin ingresamos en la redacción del periódico fuimos conociendo su historia y a la gente que rodeaba a Arias de Velasco, gran paraguas que soportaba todas las tormentas y aglutinador de un grupo en el que Juan Ramón Pérez-Las Clotas ejercía de redactor-jefe creador, culto, formador de los nuevos periodistas y muy al día sobre los itinerarios por los que empezaba a moverse el periodismo moderno. Hace muy pocos días me recordaba que Paco nos daba siempre respaldo en las situaciones difíciles e incómodas y jamás puso la mínima objeción para incorporar todo aquello que significara cultura y modernidad.

Los recién llegados solamente convivimos dos años con él, pero fue tiempo suficiente porque todavía lo conocimos en plenitud de su ejercicio como director y con sus principios como periodista intactos, aquellos que habían hecho posible que el periódico se erigiera en líder frente a tres diarios de empresas privadas y con la teórica limitación de su dependencia política. Pero eso fue posible en un tiempo complicado, porque transmitió al periódico y a su gente los principios de su ideario, por encima de consideraciones de otra índole: la independencia personal, el empeño de la libertad y la búsqueda de la verdad. Fue un hombre de la situación, aunque el paso de los años y su rigor profesional hicieron de él un ciudadano desencantado y un periodista crítico. Así se mostró en sus informes a la dirección de la empresa, en Madrid. En ellos justificaba como ejercicio de rigor y libertad la necesidad de control sobre el poder político, razón por la que autorizó la publicación de noticias, entrevistas o reportajes que rebasaron los límites que el duro corsé de la dictadura imponía a los medios. Y bajo esas premisas aparecieron informaciones muy críticas con la actuación de autoridades, un límite que ningún medio de comunicación, al menos en Asturias, se atrevió nunca a traspasar.

En un párrafo suficientemente expresivo de uno de los muchos informes que envió a la dirección de la empresa, en Madrid, exponía sin retórica y con claridad la situación, en la que se refleja su talante profesional: «La actualidad ha enfrentado a LA NUEVA ESPAÑA con este dilema: o entrar dentro del círculo de la impopularidad en que se debaten organismos y determinadas personalidades regidoras de los destinos astures, con ánimo de envolverlo todo en el silencio, cuando no en los elogios inmerecidos, o salirse fuera de él manteniendo la línea de conducta que desde la fundación ha mantenido».