Paco Arias de Velasco había tenido una vida social activa antes de la Guerra Civil, incluso había participado en la fundación del Real Oviedo, de cuya primera directiva fue vicesecretario. Sin embargo, renunció a su tertulia de Peñalba y a cualquier otro cenáculo, porque no quiso sentirse nunca mediatizado por la influencia o presiones de los contertulios ni por el espíritu envolvente del Oviedín del alma, del que no era militante, como dice Las Clotas, pese a ser ovetense por tradición familiar de varias generaciones, desde antes de la guerra de la Independencia.

Y fue hombre de una austeridad cuasi monacal a quien nunca interesó el lucro personal. Vivía modestamente y como medio de locomoción se movía de casa al periódico en una Lambretta, cuando cualquier concesionario de los utilitarios entonces en el mercado, Renault 4-4 o Seat 600, le hubiera cedido uno de aquellos automóviles en comodísimos plazos. Tan poco se había ocupado de sus cosas que cuando lo destituyeron comenzó a cobrar jubilación de redactor-jefe y no como director, porque nunca se había ocupado de cuál era su situación en la nómina de la empresa.

Y se contaba en la redacción, y me lo corroboró recientemente Las Clotas, que recién concluida la guerra lo llamó un banquero de la ciudad para ofrecerle su colaboración con el fin de mejorar las instalaciones y maquinaria del periódico. Se conocían personalmente y conversaron durante un buen rato durante su encuentro en las dependencias del banco. Finalmente, el banquero le extendió un cheque por una importante cantidad de dinero para aquel tiempo. Paco lo tomó y al mirarlo observó que lo había extendido a su nombre. Se lo devolvió mientras le decía: «Te lo agradezco mucho, pero yo no necesito nada. El que lo necesita es el periódico». Naturalmente, tras el tropiezo le extendió un nuevo talón a nombre de LA NUEVA ESPAÑA.

Intentó mantener su independencia, se mostró rebelde y siempre beligerante con quienes intentaron mediatizar o manipular el periódico, pero a la vez mostró siempre un excelente sentido del humor, muy socarrón, como aquella tarde de 1964 en que lo llamaron de «Reuter», de la que era corresponsal, para interesarse por la situación de la huelga minera. Tomó el teléfono y con su retranca de aldeano fino respondió: «Na, nin, unos entren y otros salen». Al otro lado del teléfono su interlocutor debió de pasar un buen rato tratando de interpretar aquella enigmática frase lapidaria, que quedó incorporada en la redacción como estribillo.

Su vocación fue el periodismo, y la radio su gran afición, y mientras fue director de ambos subió y bajó escaleras de una a otro siempre, se decía, con una llave inglesa y un destornillador en el bolsillo. Incluso, si faltaba algún locutor se situaba ante el micrófono para leer la guía comercial, aunque su falta de hábito le hizo cometer algún lapsus linguae, como cuando en vez de leer Óptica Dubosc, gafas y discos, leyó: Óptica Dubosc, dascas y guifos. Naturalmente, en la ciudad se comentó y rio aquella inesperada intervención, que no fue la única.

Lo primero, decía, sería lo más cómodo, pues todo se reduciría a bailar al son que tocan; lo segundo es marchar por un camino lleno de dificultades, pero el único para mantener nuestra línea de conducta... Y mientras en las alturas se habla de libertad, de necesidad de crítica y de máxima responsabilidad de los directores, aquí en Asturias no es posible abrir la boca sin que al momento el más insignificante personajillo se levante airado y asombrado de que se enjuicie su labor. No hay modo de convencerlos de que no pueden seguir en la impunidad y de que la misión de un periódico es, precisamente, esa: la de fiscalizar la acción de quienes tienen en sus manos la gestión pública. Este alegato es una lección de periodismo que no ha perdido un ápice de actualidad. Pero su actitud rebelde y la permanente defensa de sus principios acabaron, finalmente, con su destitución en septiembre de 1964.

l Fundador de LA NUEVA ESPAÑA. Arias de Velasco había fundado LA NUEVA ESPAÑA en 1936, durante el cerco de la ciudad, con la intención de mantener alta la moral de los sitiados, e integró en su redacción y talleres a periodistas y trabajadores de los dos periódicos locales, además de otros procedentes del diario socialista «Avance», a algunos de los cuales mantuvo escondidos en la redacción mientras que a otros les entregó credenciales avaladas con su propia firma. En ese tiempo fundó también la emisora Radio Oviedo y en 1938 el semanario «Carbón», que se editaba los lunes y dejó de publicarse en 1950, cuando la Asociación de la Prensa ovetense hizo valer sus derechos e inició la publicación de «Hoja del Lunes».

Arias de Velasco fue una de las personalidades más relevantes del periodismo asturiano, que hizo de su ejercicio su vocación, a modo de una naturaleza superpuesta, y que dedicó al periódico sus esfuerzos para convertirlo en el líder, situación que mantuvo ininterrumpidamente. Y preservó hasta donde pudo su independencia personal y la de su periódico. E intentó, y lo consiguió en numerosas ocasiones, ganar a la censura algunas parcelas de libertad frente a las estructuras sociales y políticas locales, hasta que, dictadura al fin, aquella actitud sostenida durante decenios acabó por costarle la dirección del periódico.

Murió el 12 de abril de 1986, a los 93 años, y desde entonces, salvo en breves citas en notas de prensa, su nombre ha permanecido en el olvido. No me parecen justos tantos años de silencio para una personalidad tan relevante del periodismo regional, fundador de un diario que desde entonces han leído millones de asturianos. Quien ha dejado a Asturias un diario líder creo que no merece que se pierda su memoria en un nuevo silencio.