Oviedo,

Elvira BOBO CABEZAS

«Éste es el tiempo de los ruidos», escribe Fernando Vela en su lúcido ensayo «Embrutecimiento» de 1935. Nada más lejos del ruido se escuchó ayer en los compases de Mozart y Bach que sonaron en el Edificio Histórico de la Universidad para clausurar unas jornadas sobre el intelectual ovetense llenas de emociones, datos, investigaciones y anécdotas. Y es que Vela, biógrafo del compositor austriaco fue un verdadero melómano. Tampoco habría habido ruido en las palabras del profesor José Carlos Mainer, gran estudioso y divulgador de la obra de Vela cuya conferencia fue anulada por la huelga de controladores.

Nada de ruido, pues. Músculo, sosegada brillantez e ironía con pocos artificios se han encontrado estos días en la prosa de Vela. Y también «algo de sorna asturiana» detectada por el profesor José Luis Fernández quien dejó una de las mejores sentencias de estas jornadas: «Vela recibía el presente a porta gayola, mediante un periodismo nada coyuntural, y con un gran sibaritismo intelectual».

Hoy, con cien años de perspectiva no hay duda de que «Vela es un gran acontecimiento en la cultura y no un discípulo de Ortega, sino alguien que compartió con él proyectos y, «en algunos casos fue más allá». Así entiende a Vela el escritor Luis Arias, quien destacó que el ovetense «siente profundamente Asturias sin localismos».

El ensayo de Vela, «es de primer orden desde el punto de vista estilístico, intelectual y pedagógico. Hay en Europa ensayos semejantes, no mejores», aseguró el profesor de Estética Lluis Álvarez.

De los análisis se pasó al recuerdo íntimo, a esa nostalgia que impide al profesor Teófilo R. Neira volver a entrar en el café Pinín de Llanes porque allí murió don Fernando. Añorando a Vela como él añoró a Clarín, al que había conocido en su adolescencia y definía, según Leopoldo Tolivar, como «aquel señor feo». Pero cuando Vela hace recuento de su viaje vital, son dos los pilares que recalca: uno es Ortega, el otro, Clarín. Y aunque poco amigo de hacer historia ficción, Tolivar, que recordó el hilo de plata que unió siempre a los Alas y a los Vela no pudo evitar echar a volar la imaginación para soñar lo que pudo haber sido el tándem Clarín-Vela de haber compartido un pedazo de vida más largo.

Rescató Tolivar la muerte de su bisabuelo a través de las palabras de Vela quien, muy joven, se encontraba en aquel 13 de junio de 1901 en la casa de Fuente del Prado. Clarín moría y Vela, desde el jardín fijaba la mirada en la única ventana con luz, aquella «ventana misteriosa» que parecía estar «exhalando un gran espíritu».