Obona (Tineo),

M. S. MARQUÉS

En el monasterio de Obona apenas queda nada del esplendor de otros tiempos. El deterioro es palpable y de su estado ruinoso únicamente la cubierta, reformada en su totalidad en los años ochenta, consigue superar el aprobado. La decadente imagen que presenta lo convierte en la construcción más adecuada para mostrar lo que es un patrimonio histórico devastado, un ejemplo perfecto que habla por sí solo del interés de las distintas administraciones por el patrimonio.

De la importante imaginería que adornó en otro tiempo los muros del monasterio, hoy sólo quedan el retablo mayor y un espléndido Cristo románico que consiguió salvarse «in extremis» del expolio sufrido por estos bienes en los años sesenta ante la mirada absorta de los vecinos. Fueron ellos los que, recelosos por lo sucedido, impidieron que en 1992 el Cristo saliera de Obona para formar parte de la exposición «Orígenes». Lo ocurrido con anterioridad les hacía temer que la imagen no regresara nunca a la iglesia.

El templo, levantado en el siglo XII, de factura tardorrománica, es la construcción mejor conservada del conjunto monástico, aunque eso no quita que presente un aspecto desolador tanto en su interior como en la fachada principal, donde la huella del tiempo ha dejado una marca, más intensa aún en el tejadillo de la portada románica.

Obona, una joya de la alta Edad Media, no ha encontrado salvador a pesar de los muchos apoyos ciudadanos que se han manifestado en su favor. El ocaso se cierne sobre sus muros y la leyenda se entremezcla con la historia haciendo difícil separar una de la otra.

Las apuestas remontan su fundación a los años finales del siglo VIII, y aunque muchos estudiosos descartan la autenticidad de un documento fundacional fechado en el 781, sí reconocen la fundación antigua del cenobio, así como la presencia en 1022 de Alfonso V. Doscientos años más tarde, otro rey, Alfonso IX, le otorga el privilegio por el que se establecía que el Camino de Santiago debía pasar junto al monasterio. Esa costumbre se conserva intacta ocho siglos después y Obona presencia cada año el paso de cientos de peregrinos por la senda que lo separa de Tineo.

Desde su fundación, el monasterio vivió distintas actuaciones. Parece que las más importantes fueron las que se llevaron a cabo en los siglos XIII, cuando se construyó la iglesia, y en el XVII, momento al que pertenece el claustro.

Es precisamente esta parte la más atractiva del conjunto y también la que sufre con mayor agresividad las secuelas del paso del tiempo, que ha dejado apenas una decena de arcos en pie. El resto se intuye bajo montones, ya mermados, de escombros alineados en el mismo espacio donde antes hubo pedestales y pilastras toscanas. Maleza y herrumbre son allí invitados de honor ofreciendo un triste espectáculo indigno de uno de los parajes más bellos de Asturias.

Un recorrido por la casa abacial sobrecoge el ánimo ante las crudas señales de abandono y el esqueleto descarnado de lo que en otro tiempo fueron estancias domésticas y dependencias de culto y oración. Allí pasó muchos días el padre Feijoo, que aprovechó esas estancias para concentrarse en sus escritos y cantar el beneficio del agua de la fuente del Matoxo, canalizada hasta el mismo claustro, que dio nombre al lugar: Aqua bona>Obona.

El monasterio fue declarado monumento histórico artístico en 1982, aunque los reconocimientos no han conseguido salvarlo de la incuria ni del olvido. Los vecinos siguen acudiendo al templo donde se celebra el culto dominical. De alguna manera esa rutina y los trabajos del párroco consiguen mantener en pie la iglesia.

Ante su situación, el monasterio se encuentra incluido en la Lista Roja del Patrimonio, creada por la asociación «Hispania Nostra», cuya finalidad es la defensa y salvaguarda del patrimonio cultural español y su entorno. En la misma tienen cabida todos aquellos bienes sometidos a riesgo de desaparición o destrucción. La alarma ha llegado también a las redes sociales, donde un grupo virtual de casi dos mil personas de diferentes puntos de España reclama atención bajo el lema «Salvemos Obona».

Más cerca actúa la tinetense asociación cultural «Conde de Campomanes», presidida por Senén González Ramírez, y de la que forman parte, entre otros, los arquitectos Javier Calzadilla y Nicolás Arganza. Esta asociación, que realizó diversas gestiones ante la Consejería de Cultura y el Ayuntamiento de Tineo en favor del monasterio, fue pionera en la utilización del eslogan «Salvemos Obona». Senén González libra del desinterés al párroco Cándido García, quien en ocasiones congrega a los vecinos para acudir a desbrozar la mucha maleza que crece en el conjunto benedictino. Para hablar de restauración hay que remontarse a mediados de los ochenta, siendo consejero de Cultura, Manuel Fernández de la Cera.

En dicho proyecto se consiguió remozar la cubierta, pero a esta actuación beneficiosa para el conjunto se sumaron otras de infausto recuerdo para los defensores del patrimonio. Tal fue el derribo de la llamada «torre del tesoro» (archivo), una cripta de piedra que la dirección de la obra confundió con un antiguo horno. En esas fechas se desarrolló un programa de campos de trabajo del Instituto de Juventud del Ministerio de Cultura, que colaboró en el inventario del patrimonio mueble. Se llevaron a cabo sondeos arqueológicos que permitieron recuperar piezas del claustro y conocer que su construcción se había completado en el siglo XVII. También que el actual deterioro se inició tras la Desamortización.

Las obras de los ochenta se interrumpieron antes de terminar, cuando Cultura rescindió el contrato a la empresa por irregularidades en la restauración. Uno de los incumplimientos fue la utilización de madera de pino para la cubierta en lugar de castaño, además de una intervención poco cuidadosa con el patrimonio. En esa interrupción tuvo mucho que ver la recién aprobada ley de Patrimonio Histórico, que prestaba especial atención a las obras de restauración de monumentos.

La Consejería de Cultura costeó hace algunos años obras de drenaje para la iglesia e impermeabilización en sus muros. El nulo mantenimiento determina que a fecha de hoy la humedad siga haciendo crecer el verdín en los muros.