Que Ainhoa Arteta despierta expectación lo demuestra la asistencia en masa de espectadores al auditorio de Oviedo para escuchar a una soprano cautivadora y de gran presencia física, de la cuya trayectoria los medios de comunicación, incluidas las revistas del corazón, también han informado puntualmente, y eso la aproxima al gran público y en popularidad la beneficia. Su presencia en el escenario se hizo esperar, ya que la orquesta acaparó la mayor parte del tiempo musical de este «concierto-recital», que un Ramos, resolutivo sin más, dedicó a la memoria de Odón Alonso. Casi todo lo escuchado, menos Orbón, tuvo el carácter de brevedad episódica. Primero con el trazo compositivo maestro y, por su concisión, pasajero de cada una de las «Diez melodías vascas» de Guridi -alumno destacado de contrapunto y fuga nada menos que de Vincent d'Indy, conviene mencionar-, que tuvieron una interpretación resuelta por «Oviedo Filarmonía» y sus responsables principales de cuerda. Los diez minutos finales de la primera parte fueron, ya sí, para Ainhoa Arteta, con una selección de cuatro tonadillas de Granados en un flamante arreglo orquestal de Albert Guinovart. Aplaudidas cada una por el público, destacó la última, «El majo discreto», y en su final un agudo de impacto, casi como premio a la galería.

Tras la pausa, Orbón fue protagonista en su primera mitad con las «Danzas sinfónicas». Julián Orbón, que es considerado el único compositor verdaderamente hispanoamericano, tuvo su mayor reconocimiento fuera de su Asturias natal. Su relación con compositores como Aaron Copland o Carlos Chávez, también, ya después de su fallecimiento y más recientemente, con directores como el «galáctico» Dudamel, que ha dirigido sus obras, implica que su calidad musical no ofrece lugar a dudas. Transparente interpretación de «Oviedo Filarmonía», aunque la complejidad rítmica de la obra no se llegó a interiorizar plenamente -nada como los venezolanos de Dudamel cuando el ritmo parte de dentro y no solo de la partitura-. Los minutos finales fueron de nuevo para Arteta y las «Canciones clásicas españolas» de Obradors, también en orquestación de Guinovart. Como en las tonadillas de Granados, el diseño programático dibujó una rápida curva ascendente que culminó, más imponentemente, con «Coplas de Curro Dulce», desplegando todo el esperado potencial de su poderío vocal. El bis fue esta misma canción, aun mejorada. Llegó al clímax y se terminó, también con un bis de Granados de la primera parte que ganó en ampulosidad respecto a la primera versión. En esta nueva etapa vocal que afronta Arteta, menos lírica que spinto, se lució en las cualidades que la han llevado hasta donde se encuentra -aunque en el registro grave no encontró acomodo-, unos «filados» perfectamente controlados de mezzo forte al pianísimo -resultaron modélicos en «El cabello más sutil», con la que creemos resumió más equilibradamente su mejor propuesta vocal-, un registro medio agudo de una indudable belleza y homogeneidad o un fraseo amplio siempre expresivo en su intención, así como una línea vocal que sabe mantener ininterrumpida en un soplo continuo, pero en el que se encuentra precisamente su talón de Aquiles, la dicción. Que debido a las exigencias vocales de una determinada aria se pueda desdibujar en un momento dado la clara pronunciación del texto es comprensible, que en una canción en castellano, cuya excelencia interpretativa no depende de solventar dificultades técnicas, agudos imposibles o tesituras incómodas, el texto no se entienda te distancia de la obra. Cantó en total poco más de veinte minutos y realizó una exhibición de gusto, aunque Ainhoa Arteta tampoco arriesgó en el repertorio. La ópera no hizo acto de presencia. Una lástima.