Chelista, ganador junto a Adela H. Park del segundo premio del concurso de música de cámara «Vittorio Gui» de Florencia

Oviedo, P. R.

Dmitri Atapine nació en San Petersburgo (Rusia) hace 30 años, pero se crió en Asturias, en cuyo conservatorio se formó. Chelista cada día más reconocido, profesor en la Universidad de Reno, en Nevada (Estados Unidos), la pasada semana obtuvo, junto a su compañera de dúo, Adela H. Park, el segundo premio del concurso de música de cámara de Florencia «Vittorio Gui», uno de los más destacados del mundo. El Duo Atapine, integrado por ambos, toca como tal desde 2003, año en que se conocieron estudiando ambos en la Universidad de Yale. Desde entonces han actuado por Estados Unidos, Europa y Corea del Sur. Recientemente grabaron un CD para Urtex Digital, distribuido por Naxos. LA NUEVA ESPAÑA habló con Atapine a través del correo electrónico.

Dmitri Atapin es hijo de Vladimir Atapin, principal violonchelo de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias, y de la pianista Olga Semushina.

-Con unos padres músicos, ¿tuvo pronto clara su vocación?

-Mi madre me empezó a enseñar el piano desde que era muy pequeño, creo que en cierto sentido porque sentía que aunque en un futuro podría haber escogido cualquier carrera, una educación musical es muy importante.

-¿Por qué eligió el chelo?

-Como mi padre es violonchelista, la elección de éste como mi instrumento fue muy natural, siempre me encantó la belleza del sonido, profundo y aterciopelado y la gran variedad de colores que el instrumento es capaz de producir.

-Se formó en casa, en el Conservatorio de Asturias y en Yale. ¿Cómo es su experiencia en la educación musical española?

-En todos los sitios donde estudié, recibí una educación de altísimo nivel. Creo que en cierto modo, cuando uno decide dedicarse a la música, además de practicar muchísimo, uno debe «perseguir» a los profesores que le pueden dar lo máximo, igual que los deportistas buscan al mejor entrenador. Tuve la suerte de aprender de Alexander Fedortchenko en Oviedo, de SurenBagratuni en Michigan, y finalmente de obtener mi doctorado con el legendario Aldo Parisoten Yale.

-¿Cómo es su experiencia como profesor en Nevada. ¿Hay tradición musical?

-Es mi segundo año como profesor de la Universidad de Nevada. Me encanta enseñar y es un lugar con mucho deseo de crecer y un ambiente creativo. Me siento muy apoyado por los compañeros a la hora de cualquier proyecto. Sí hay tradición: Reno tiene dos orquestas.

-¿Cuál es u interés principal en el mundo de la música, la docencia o los conciertos.

-Los conciertos forman parte de mi personalidad. Son dos caras de la misma moneda.

-¿Hay más libertad a la hora de incluir en los programas de música clásica a compositores del siglo XX? ¿Se aceptan bien?

-El público acepta bien la calidad. Cuando la música es de gran valor artístico y ha sido interpretada al más alto nivel, conmueve a la audiencia. Los intérpretes nos pasamos la vida «desentrañándoles el sentido» a Beethoven y Brahms; cuando llega la hora de encontrarse con un compositor contemporáneo, no conocemos al principio su nuevo idioma: esa incomprensión produce incomprensión en el público. Al vivir más tiempo con la obra, puede uno reproducirla más fielmente. Por ejemplo, en la segunda ronda del concurso tocamos una sonata fantástica del estadounidense Pierre Jalbert, obra del 2007, que fue recibida con gran éxito por el público y por el jurado, que exigió que la repitiéramos en el concierto final de los vencedores.

-¿Qué compositores le interesan?

-Adoro a Bach, a un nivel casi maniático. De los contemporáneos, me encanta Ligeti, y también me fascina el proceso de trabajar con compositores de carne y hueso, a los que se les puede enviar un e-mail para cualquier duda. Hace un mes estrenamos en Chicago una obra del joven compositor Patrick Castillo escrita y dedicada para nuestro dúo y este proceso colaborativo es algo que uno nunca puede experimentar si solamente se dedica a la música del pasado.

-¿Se siente vinculado a Asturias?

-Me siento un ciudadano del mundo, pero siempre me sentiré vinculado a Asturias: si Rusia y San Petersburgo es mi patria, España y Asturias es mi «matria», es el lugar donde me formé como individuo, donde desarrollé mi identidad. Siempre que regreso, siento que llego a casa.