Naves (Llanes),

Eduardo GARCÍA

San Antolín de Bedón es lugar de psicofonías, de ir y venir de espíritus atrapados por algún sangriento episodio medieval. Lo aseguran los grupos que se dedican a la búsqueda de fenómenos paranormales. La iglesia de San Antolín, un inmenso ejemplo de románico tardío, monumento nacional desde 1931 e historia en piedra del concejo llanisco, no sólo se pudre entre humedades y cagayones de animales en su interior, sino que estos días ha aparecido con pintadas: fachada principal, ábside, lápidas, suelos... Cabría echar la culpa a los vándalos de turno, quienes quiera que sean, pero los vándalos son sólo el resultado. El abandono de la antigua abadía de San Antolín, enclavada en uno de los lugares más hermosos de Asturias: eso sí que es un fenómeno paranormal.

Las pintadas son el penúltimo capítulo de un despropósito del que nadie quiere hacerse responsable. ¿De qué Administración depende la iglesia? El Ayuntamiento de Llanes dice que a él, que lo registren; el Principado recuerda que San Antolín de Bedón no estaba en la relación de monumentos transferidos en su día por Cultura. Cultura (la de Madrid) dice que qué es eso de San Antolín. La Iglesia ni sabe ni contesta. Y en la autovía permanece un letrero que anima a adentrarse en el paraje y visitar el antiguo monasterio. Muchos visitantes lo hacen, sobre todo en verano, para acabar horrorizados.

La iglesia forma parte de una propiedad particular, pero la iglesia no es propiedad particular. «Si la Consejería de Cultura alega que no es de su competencia, por qué entonces intervino en ella y avaló las obras de reforma?» se pregunta Juan Carlos Villaverde, profesor de Filología Clásica y Románica de la Universidad de Oviedo, y promotor de la revista «Bedoniana» desde cuyas páginas se ha intentado reivindicar el monumento.

Va a hacer veinte años que fue abandonada la casería de San Antolín, una explotación agropecuaria que mantuvo con vida templo y entorno. En 1999 tuvo lugar la última de las rehabilitaciones, polémica pero al menos parcialmente eficaz. Pero Bedón fue víctima de la perversa moda de actuar y abandonar a su suerte. Ya en el año 2007, la revista «Bedoniana» denunciaba la desaparición de una lápida del interior de la iglesia, conocida como la lauda del caballero de Posada. Alguien se la llevó a casa. Más de una década de olvido ha hecho estragos. Las pintadas del exterior son ya clásicas y denunciadas por Jesús Suárez López (autor de «Contra la pared: graffitis de Asturias 2008»), en el número de «Bedoniana» de 2010. Pero los del interior, llevándose por delante ábside y lápidas, duelen incluso más.

Más que las fiestas tecno que en algún verano reciente se organizaron en la finca; más que las tradicionales inundaciones que anegaban el solar con frecuencia (la de noviembre de 2003 fue épica). La vegetación se ha adueñado de las esquinas de piedra de este templo benedictino del siglo XIII, de belleza singular. Manchones de humedad por dentro y por fuera vienen a darle un aire decadente que contrasta ahora con el color de la primavera que se avecina.

Está a punto de cumplirse un siglo de la inauguración en San Antolín de Bedón de la colonia escolar de verano del Museo Pedagógico Nacional, que funcionó desde 1912 a 1927, cuando la finca era propiedad de Juan Pesquera, concejal del Ayuntamiento de Llanes. La iglesia se enmarca en un conjunto más amplio que hoy está en completa ruina. Aquellas casas que fueron lugar de veraneo del rector de la Universidad de Oviedo, Félix Aramburu, son hoy un peligro para cualquiera que se adentre en sus tripas.

En realidad, la decadencia de Bedón se inició ya en el siglo XVI cuando pasó a depender del monasterio de Celorio. San Antolín siguió siendo iglesia parroquial de Naves, pero los vecinos siempre consideraron un estorbo -y lo era- tener el río de por medio. El servicio parroquial pasó a Naves a comienzos del siglo XIX y se cuenta que el obispo de Oviedo autorizó la demolición de San Antolín a fin de lograr materia prima para la nueva iglesia parroquial. Aquel despropósito fue frenado por la Comisión de Monumentos.

Se desamortiza en los años veinte, se compra en pública subasta y lo adquiere un ingeniero austriaco que había sido traído por Jovellanos para diseñar el paso del carbón a través del río Nalón. El austriaco quería hacer en San Antolín una fábrica de hojalata, pero la cosa quedó en nada. Pasa por las manos intermedias de una compañía madrileña que en 1861 lo pone en venta y es adquirido por José Pesquera, tío de Juan, el hombre que da a San Antolín un especial impulso como zona de veraneo e incluso restaura el monumento y da aires a la fiesta anual que desde tiempo inmemorial se celebraba allí, una feria asociada a la festividad de San Antolín, el 2 de septiembre.

Hasta aquí, el pasado. ¿Y qué hacemos con el futuro? El profesor Villaverde reconoce la peculiaridad administrativa del antiguo monasterio, en medio de una propiedad privada muy fragmentada. «En San Antolín no cabe una actuación parcial. O se actúa globalmente interviniendo en el contexto o no tiene sentido hacer nada». A Juan Carlos Villaverde no le deja de sorprender «el silencio de Llanes». No es San Antolín de Bedón competencia municipal «pero me pregunto cuántas iglesias románicas hay en el concejo y, además, con la historia que tiene ésta».

En medio del caos, la política de puertas abiertas deja al monumento aún más vulnerable como demuestran las pintadas recientes y el robo de la lápida. Que al menos pongan un candado.

El caso Bedón llega periódicamente a la Junta General del Principado. En 2004, el Parlamento asturiano decidió abordar labores de limpieza y conservación de la iglesia del monasterio, arreglar la puerta del templo y mejorar los accesos. Se hablaba entonces de la posibilidad de declarar de utilidad pública las actuaciones aprobadas si es que no se llegaba a un acuerdo con la propiedad de la finca. Nada trascendió de las gestiones; nada se hizo.

En 2006 aparecieron las primeras pintadas, que sólo afectaron a edificios anexos a la iglesia. En 2008, otro debate político en la Junta no sirvió sino para recordar el desaguisado. Suma y sigue para no llegar a ninguna parte.

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