Oviedo, E. G.

La historia del Hospital General de Asturias (HGA) responde al vaivén natural de los seres vivos: nació, creció, se reprodujo y tuvo su particular ocaso. No murió, porque no le dejan, pero le han puesto fecha de caducidad. Las siglas HGA, el feliz sueño de un presidente de la Diputación, José López-Muñiz, dieron paso a las siglas HUCA. Fin de una época, comienzo de otra.

Cuando José García, ex consejero de Sanidad y autor del libro «La implantación del hospital moderno en España. El Hospital General de Asturias, una referencia imprescindible», presentado ayer en Oviedo, llegó al Psiquiátrico de la capital asturiana en 1969 le impresionó «el nivel y la organización, que no tenían nada que envidiar a los hospitales alemanes donde yo me había formado».

Unos pocos años antes se había iniciado la andadura de un Hospital General rodeado de novedades. La primera, el nombre: hospital, palabra que hasta entonces se veía lastrada por connotaciones peyorativas. Y tras el nombre toda una filosofía de gestión, de formación de jóvenes profesionales, de organización interna y de objetivos. «Un hospital abierto y accesible», como indicó García.

El escenario de la presentación tenía su simbología, el atrio del futuro HUCA, precisamente en los terrenos de La Cadellada, donde Pepe García inició su desempeño profesional en la sanidad pública asturiana. Ayer, el ex consejero estuvo bien acompañado por antiguos colegas sanitarios, engarzados todos alrededor de esa arma de doble filo que es la memoria. El libro tiene ahí su principal objetivo, contar una historia que no estaba suficientemente contada.

Y en ese propósito García se vio ayer bien pertrechado por el consejero de Salud, Ramón Quirós, y por los doctores Paco Arroyo y José Paz. Arroyo explicó aquel vuelco apasionante en la medicina asturiana y española que significó la puesta en marcha del Hospital General, en Oviedo. No fue un parto fácil, «pero valió la pena», aseguró José Paz, quien llegó al HGA en el verano de 1963 «a enfrentarme como médico residente a un sistema nuevo de trabajo. Nos ofrecieron residencia y comida en el hospital, una beca de 1.500 pesetas y hacíamos 15 días de guardia al mes. Comíamos unas suculentas chuletas en el restaurante del centro y pasamos de la indigencia del estudiante a la opulencia del residente».

El ex consejero Pepe García recordó las dificultades en el inicio del proyecto. «Cuando Adela Simón se hizo cargo de la gestión de enfermería sin ser religiosa, en Oviedo acusaron al hospital de ser un centro pagano y ateo». La arquitectura fue manifiestamente mejorable, «pero el gran valor de aquel hospital fue el factor humano».

Sobre las dificultades iniciales ironizó el consejero Quirós. «Lo que nos ocurre ahora no es nuevo», dijo, y echó mano al libro para explicar los conflictos de hace 50 años con los médicos, entre otras cosas por la dedicación exclusiva, por la nueva organización interna y por los cambios sobre la marcha en las instalaciones para adecuarlas a nuevas necesidades que iban surgiendo. «Fue un proyecto con flexibilidad». El eterno retorno del «barullo» astur.

El nacimiento del Hospital General tuvo sus riesgos, pero aquel centro que fue inicialmente pensado como hospital de beneficencia se convirtió en referencia nacional. Sobre su declinar, hubo versiones. Paco Arroyo habló de la «diáspora de médicos» y de algo menos limpio: «Cuando marchó López-Muñiz, sus enemigos se convirtieron en enemigos del hospital, su obra». José Paz habló de «autocomplacencia y abandono paulatino de la dedicación», mientras que José García explicó que «los médicos se fueron, los responsables de gestión se quemaron. Fue una evolución tormentosa». Mención aparte para el doctor Soler Durán, a quien López-Muñiz fichó en Barcelona, con apenas 33 años, y se convirtió en protagonista del diseño de un hospital que es pasado, presente y, en cierto modo, futuro.