Oviedo, J. N.

Grigory Sokolov, uno de los mejores pianistas del mundo, se hizo esperar, ayer, en el auditorio de Oviedo. El concierto, que empezó con retraso y en penumbra -como aquéllos de la Sociedad Filarmónica en los años sesenta-, resultó, sin embargo, luminoso. Un intérprete ruso, tocando a un compositor alemán que quería parecer italiano, al menos en la primera pieza de la velada -«Concierto italiano», de Bach- resulta extraño y más si Sokolov convierte el resultado casi en romántico.

Excelente concertista, se empeñó en explicar cómo se toca el piano y hasta el más insensible tuvo que sentirse transportado a escenarios insospechados. El «Concierto italiano» arrancó limpio y sentido, con una claridad a prueba de monotonías; en el segundo movimiento, la intencionada disparidad de sonoridades entre las dos manos fue pasmosa y el remate, rotundo, como si fuese el final de una demostración matemática.

Después «Obertura al estilo francés» y ahí, la serie de danzas llegaron a apuntar a Schumann y sus carnavales que estaba reservado para la segunda aparte del concierto. No cabe hablar de confusión, fusión o mezcla, sino de voluntad de dictar una sesión muy fuera de lo común y de extraordinaria calidad. Obertura fugada, cuorante sin aliento, gavotas desenfadadas, passepied bailables, zarabanda casi impresionista, bourrée corrida, gigue danzante y echo genial.

El descanso fue para el afinador, tales son las exigencias de Solokov que, oyéndolo, se entiende por qué no concede entrevistas: lo dice todo al teclado.

Si Bach recordó a Schumann, ¿cómo iba a sonar Schumann en la segunda parte?

La «Humoreske» empezó si no seria al menos profesoral y ya se sabe que las bromas en clase son armas de doble filo. Solokov con Bach había extenuado al respetable y la catarata de Schumann fue entre refrescante y agotadora. Y a más: una cadena de momentos como una montaña rusa y valga la redundancia. Admirable y arrebatador, casi acaba encima de la mesa dando clase. Con «Klavierstücke» salió finalmente por la puerta grande. Ovaciones interminables y seis propinas, algo insólito en Sokolov, en un ambiente de euforia y con un público entregado. El público aplaudió enfebrecido hasta las once menos cuarto de la noche.