Oviedo,

Como «tributo de amor al bien y al progreso de la patria» fueron creadas en 1910 las escuelas Caride-Toyos, en La Riera (Colunga), un edificio pensado y diseñado para poner al alcance de los niños de la zona las enseñanzas pedagógicas que ya en otros lugares empezaban a poner coto al endémico analfabetismo que venían sufriendo las zonas rurales.

Lo que con tanto esfuerzo e interés levantaron aquellos indianos, que veían en la educación popular la base fundamental para resolver los problemas del país, es hoy un edificio abandonado, desvencijado y tomado por la maleza que debería sonrojar a más de uno. Si José Caride y Eufrasio Toyos pudieran ver en qué ha quedado la obra que dotaron «con holgura» con la finalidad de preparar a los futuros hombres y mujeres de La Riera y contribuir a «desenvolver armónicamente todas sus facultades», seguramente no serían capaces de entender cómo el progreso que tanto ansiaban fue incapaz de conservar un legado cedido con tanta generosidad y con un objetivo tan loable como el de contribuir a la mejora de la educación.

La escuela, un extraordinario edificio para la época, es hoy poco más que un armazón arruinado, sin puertas ni ventanas, con el techo hundido y la basura y la maleza colonizándolo todo. Entre los restos del «naufragio» queda el esqueleto de lo que fue la biblioteca, la esfera oxidada y rota del gran reloj campanario y algún que otro pedazo de madera de lo que en otro tiempo fueron mesas, sillas y pupitres.

César Carús, Maribel Toyos y Ana María González fueron alumnos de la escuela antes de que cerrara sus puertas en 1962, cuando se abrió en Colunga el Colegio Braulio Vigón. Hoy forman parte de la asociación cultural que lucha por rescatar el edificio de las garras de la desolación. Con tristeza relatan la lista de infructuosas gestiones realizadas con las distintas administraciones del Principado en busca de una solución para los derrotados muros. La falta de resultados no les hace desistir y piensan seguir llamando a las puertas que sea preciso para poder salvar lo que en otro tiempo fue una apuesta de futuro «para no quedar rezagados en la marcha progresiva de adelantadas naciones de Europa».

Son palabras dichas por Fermín Canella, entonces rector de la Universidad de Oviedo, durante la inauguración de las escuelas en 1910, donde pidió «a los niños y los hombres de mañana el reconocimiento a la memoria de los fundadores». Para los que ayer fueron alumnos del centro, el mayor reconocimiento sería recuperar el edificio y darle una utilidad que le permita celebrar su centenario en condiciones dignas.

Las escuelas Caride-Toyos fueron levantadas con dos pabellones para escuela de niños y de niñas y habitaciones para los maestros. Contaban con patios, biblioteca, jardines, cocina y comedor. Las obras de construcción costaron 30.451 pesetas de la época. A ellas hubo que sumar el importe del reloj campanario y el mobiliario de material docente. A las instalaciones se sumó una finca aledaña de importante extensión, en la que se situaban los cobertizos para los animales domésticos y el pozo artesano.

Una de las novedades más celebradas por los alumnos estaba en los patios delanteros. Allí se levantaron con ladrillos rojos todas las letras del abecedario y los números romanos que hoy todavía se pueden ver asomando bajo la crecida vegetación del terreno. En el suelo de una plataforma situada a la izquierda de la fachada principal se realizó un mapa de Asturias con todos sus pueblos, ríos y montañas. Ana María González todavía intenta descubrir hoy, ante los restos del mapa casi invisible, las elevaciones de los Picos de Europa.

Muy cerca han quedado marcados en el suelo los círculos de lo que fue el mapamundi, donde se estudiaban los continentes y los países del mundo. Sobre ellos crece hoy casi un bosque entre cuyo ramaje los ex alumnos decidieron posar para la fotografía que acompaña estas líneas. César Carús dice que «el abandono del patrimonio desnaturaliza los pueblos», por eso quiere seguir trabajando para sacar adelante su apuesta.

Las escuelas se regían por un patronato del que el Ayuntamiento de Colunga era miembro destacado y responsable del mantenimiento de la escuela. A la vista de los hechos, su labor queda en entredicho, pero tampoco salen bien paradas otras administraciones con más fondos.