Prior gijonés de Santo Domingo de Silos, filósofo y escritor

Gijón, Eloy MÉNDEZ

Víctor Márquez ablanda la pétrea serenidad de Santo Domingo de Silos con cada una de sus palabras. Este gijonés que fue filósofo y escritor antes que monje, llegó al convento burgalés hace dos décadas, con 23 años recién cumplidos. Ahora es un prior entregado al estudio y a los demás que desprende vocación y que tranquiliza al oyente con frases esperanzadoras y relajantes silencios.

-¿Silos transforma lo humano?

-Entré con mucha ilusión en el monasterio y mantengo en la actualidad esa ilusión, aunque mi modo de entender la vida religiosa ha cambiado mucho con el paso del tiempo. En cuanto al cargo que ahora desempeño, es simplemente una delegación del abad. A mí me ha tocado este cargo como me puede tocar otro en un futuro.

-Dicen que es un monje aperturista. ¿Qué es eso?

-Es un paso a la realidad. Es decir, entrar en contacto con lo menos esplendoroso. Creo que eso marca la evolución de la juventud a la madurez. Un acercamiento gradual a la realidad, a los límites de lo real, a los márgenes de la vida, a las situaciones duras, complicadas, sin solución, que la vida te presenta. Más que aperturista, yo soy abierto. Creo que la apertura a los demás es uno de los signos más evidentes de su salud y la salud mental es un bien precario que debemos cuidar todos los días. La forma más recomendable de cuidarla es la lectura y la reflexión.

-¿Frecuenta la Iglesia esos límites de lo real?

-La Iglesia es humana y se olvida a veces de lo importante, como nos olvidamos todos. Me siento un hombre de Iglesia en tanto que hombre de mundo. Creo que la Iglesia debe de tener el valor de exponerse a la crítica y al juicio ajeno, que a veces es manévolo, pero muchas otras veces también es benévolo. Creo que del juicio de los demás también podemos aprender.

-¿Cuánto hay de renuncia en la vida monacal?

-Decía Eduardo Nicol, un metafísico español, que siempre llevamos con nosotros aquello a lo que hemos renunciado. A poco que uno sea honesto consigo mismo, se da cuenta de que cada ser humano lleva consigo aquello que ha elegido no ser en la vida, aquello a lo que renuncia. Porque todo enriquecimiento en la vida lleva aparejado un empobrecimiento.

-Con el tiempo se ha convertido en un asiduo de María Zambrano. ¿Qué le llevó hasta la filósofa?

-En el monasterio tenemos un gran respeto a la diferencia. Eso hace posible que cada uno piense y opine como le parezca sin que se siente cohibido. Cada monje elige con libertad sus lecturas, sus maestros. De María Zambrano he aprendido una manera de pensar liberadora de una razón instrumental, de una razón productora de técnica, absolutista y totalitaria. Gracias a ella, he entrado por las sendas oscuras de una razón poética, lejos del centro de interés en la cultura occidental. He accedido a las entrañas del alma, los sentimientos, las creencias, la piedad, la esperanza... Son algunos de los temas que encuentran un desarrollo inspirador en esta escritora malagueña.

-En el monasterio, también dirige un grupo de discusión que lleva el nombre del padre Feijoó. ¿Homenaje a la tierra?

-Como dijo Ana María Matute hace unos días al recibir el Cervantes, es necesario inventar. Yo me inventé este grupo de amigos. Invito a una persona, de cierta relevancia pública y cultural, a un encuentro con los monjes y los húespedes del monasterio. Tenemos un encuentro y, luego, nos hacemos amigos. Me interesan muchos los campos fuera de la Iglesia, del cristianismo... Es muy posible que Gustavo Bueno vaya a Silos en julio, para hablar de su ateísmo cristiano.

-¿Qué le queda de Asturias?

-Vuelvo cuando puedo. Siempre se añora el lugar donde empezó todo.