En el último concierto que la Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) ofreció en Gijón y Oviedo, la inspiración popular fue el denominador común de un programa brillante que, marcando diferencias, unió tradición y vanguardia sobre el escenario. Al mando estuvo el director Danail Rachev, otro de los candidatos a la titularidad de la orquesta asturiana, que aportó un sentido sinfónico fluido y natural, sin excesos, en un trabajo riguroso y con todo el protagonismo puesto en los compositores y sus obras.

La primera parada del programa fue «Ma mère l'oye», de Ravel, una suite orquestal que recrea el reino de los cuentos de autores tradicionales franceses, con una instrumentación refinada en sus efectos sonoros y descriptivos, que podría ganar mayor relieve y transparencia en la interpretación de la orquesta, para transmitir todo su contenido, a partir de la frescura y espontaneidad propia de las obras de preguerra de Ravel. Hay que destacar el papel del viento madera de la OSPA, con gran peso en la obra, en una versión que ganó en interés a propósito de la agógica empleada por Rachev.

Tras esta apertura, llegó el esperado estreno de «Focs d'artifici», un explosivo concierto para percusión y orquesta de Ferran Cruixent, que se escuchó por primera vez en España en los atriles de la OSPA. La obra tuvo a su dedicatario como solista, Peter Sadlo, como es habitual desde la presentación de la obra en Alemania y Japón. En «Focs d'artifici», el compositor catalán reinventa los procedimientos clásicos y logra una obra de gran solidez estructural en la que, con mano maestra, profundiza en las posibilidades sonoras de la percusión junto a la orquesta, superando así los límites del género.

De este modo, el movimiento central, «Font màgica», se distinguió por sus sugerentes prolongaciones sonoras a partir de la percusión de metal, parte de una verdadera colección de instrumentos que Sadlo manejó con la energía que caracteriza sus actuaciones, como pudo comprobarse especialmente en los movimientos extremos, «Fanfarra de fusta», con un destacado uso del viento metal, y «Correfocs», una carrera obsesiva de soluciones sorprendentes, que representó la fiesta tradicional catalana.

La percusión continuó como protagonista en la siguiente obra de Thierry de Mey «Musique de tables, para tres percusionistas y mesa de percusión», que interpretaron Sadlo y los percusionistas de la OSPA, Rafael Casanova y Francisco Revert. La compenetración entre los músicos fue perfecta, con un gran estudio de cada efecto sonoro, que se consigue tan sólo con las manos y la superficie del «instrumento». De esta forma, el resultado sonoro fue de gran nivel en comparación con el visual, teniendo en cuenta la importancia del factor coreográfico en esta obra, que debe cuidar los detalles del movimiento corporal, como la distancia entre las manos de los intérpretes sobre la mesa de percusión.

La «Sinfonía n.º 4 en fa menor, op. 36», de Chaikovski, ocupó ya la segunda parte del concierto con una lectura firme y rigurosa por parte de Rachev, en una versión de una elegancia estoica, que transmitió con franqueza el mensaje de opresión que el Destino imprime a la sinfonía, sin excesivos sentimentalismos. Un ejercicio de tensión moderada en la orquesta, que extrajo toda su calidez en el «Andantino in modo di canzona», con la atención de Rachev puesta en el fraseo de las cuerdas. Todas las secciones de la orquesta sonaron equilibradas, sin rigidez, con una evolución contenida hasta la conclusión del «allegro con fuoco», en una explosión casi catártica que tuvo entonces la más efectiva respuesta por parte del público.