Oviedo, Javier NEIRA

El «Cumpleaños feliz», interpretado por la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA), remató ayer, en el auditorio de Oviedo, el concierto extraordinario ofrecido por la orquesta precisamente para celebrar sus dos décadas de existencia. Un autohomenaje en realidad dirigido al público, que supo agradecer el concierto en su conjunto y la simpática propina.

La sesión se abrió a las ocho de la tarde. Aunque la entrada era gratuita, no se llenó la sala. Lo primero, un minuto de silencio por las víctimas del terremoto de Lorca.

La OSPA, con Max Valdés al frente -su director titular durante más de una docena de años-, arrancó con «De la eternidad concéntrica», de Israel López Estelche, la obra ganadora del concurso de composición para celebrar los veinte años de la orquesta. «De la eternidad concéntrica» resultó ser una obra de atmósferas superpuestas, líquidas, soñadoras, muy seria, sin efectismos, en suspenso y como suspendida hasta la cadencia a cargo de la percusión y el final enérgico que queda sin resolver. El público aplaudió y aplaudió, y el compositor subió, abrumado, al escenario para saludar.

Después «El sombrero de tres picos», de Falla, suite que Valdés entendió, acertadamente, entre patriótica e intelectual.

Y, por último, la primera sinfonía de Brahms -la sintonía del Auditorio en la que se advierte de la necesidad de apagar los móviles recoge unos compases de su último movimiento-, que Max Valdés y la OSPA ofrecieron sin atajos, permitiendo que se oyese todo, respetando los tiempo pastoriles, los de encanto infinito y aquellos de energía superlativa.

Tras las ovaciones salió a escena Ana Mateo, gerente de la orquesta, para dar las gracias a todos, y el propio Valdés subrayó esos mismos sentimientos. Como propina, «Escenas asturianas», de Benito Lauret, y el «Cumpleaños feliz». Presidió el concierto la consejera Mercedes Álvarez. Hoy se repite en Avilés y mañana en Gijón.