La Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) celebró el pasado jueves en Oviedo el primero de los tres conciertos extraordinarios que la formación ha organizado para celebrar su XX Aniversario. La «veinteañera» sopló sus velas en Oviedo arropada por el calor de un auditorio entusiasta, que sintió que la OSPA es un proyecto colectivo que implica a muchas personas y que, al abrirse a una nueva etapa, debe seguir creciendo acorde con los tiempos, para contagiar ilusiones con buena música. Como es lógico, al frente del concierto regresó el director Maximiano Valdés, el que mejor conoce a la formación asturiana, tras dieciséis años como su titular.

Durante su celebración, la OSPA presentó «De la eternidad concéntrica», la obra del cántabro Israel López Estelche, ganadora del concurso de composición convocado por la orquesta en su efeméride, que ojalá tenga continuación en ediciones venideras. Merece la pena tras comprobar el nivel de una composición que, con firmeza de trazo, busca un resultado propio a través de la exploración de nuevos procedimientos, sin perder de vista la tradición y preocupada por la coherencia en su ingenio, con un gran dominio de la orquesta y sus posibilidades instrumentales y tímbricas.

El premio supone un espaldarazo decisivo en Asturias para el joven compositor y musicólogo, y un impulso para seguir creando y estrenando nuevas obras, lo que no siempre va unido. «De la eternidad concéntrica» encierra así un discurso muy elaborado en el que la articulación del ritmo y las texturas sinfónicas, fundamental en la interpretación de la OSPA, funcionaron en la invención de un mundo sonoro rico y enigmático.

Falla también estuvo presente en el programa, como representante de la historia de la música española -que tiene muchos nombres además de los tres más populares-, a través del nacionalismo folclorista de «El sombrero de tres picos». La OSPA abordó la segunda suite basada en el ballet, que se abre con las seguidillas de «La danza de los vecinos», introducidas por la orquesta con suavidad para realce de los episodios de ritmo más marcado. La siguiente «Danza del molinero» se impuso con su recia farruca, que ofreció momentos de intenso contraste y lirismo, para desembocar en la «Danza final», una jota flexible y dinámica en la orquesta, de brillante instrumentación en su juego de volúmenes y dinámicas.

Tampoco podía faltar el repertorio romántico alemán, con la «Sinfonía n.º 1 en do menor, Op. 68» de Brahms, en esta ocasión. Así, el primer movimiento avanzó a paso inexorable en un desarrollo orgánico de los temas, en una orquesta de gran cuerpo, con espléndidas maderas y cuerdas, que dieron después toda la tersura al siguiente «Andante», movimiento que, en su intención contemplativa, mostró «tempi» no siempre fáciles de mantener. Al igual se observó en el caso del melancólico «Scherzo», con el cambio de compás y la dilatación del tiempo, aunque con un buen balance en las secciones de la orquesta. Hay que destacar en la interpretación el complejo «Finale», conducido con inteligencia en su magna estructura, con una evolución del material dosificada en sus densidades y dinámicas.

Las «Escenas asturianas» de Benito Lauret, que siempre se reservan para las ocasiones especiales, sirvieron de propina en la que fue una verdadera fiesta de cumpleaños.