Hay conciertos cuyo atractivo es la presencia del mito. ¿Quién de los que estuvieron presentes no recuerdan el último ofrecido por Rubinstein en el teatro Campoamor? En otras ocasiones el mito vuelve transformado, como cuando Yehudi Menuhin hizo de lacónico director de tembloroso pulso, y en otras, como en el caso de un Rostropovich que ya no era el mítico violonchelista de sus más célebres grabaciones -cobrando un caché diferente en Oviedo y en Gijón-. En el mundo del canto, donde el instrumento va ligado al inexorable deterioro físico que impone la edad, se hace más patente la distancia entre el artista que se lleva dentro y las posibilidades técnicas que puede o no atesorar, aunque hay ejemplos de cantantes octogenarios que merecerían ser escuchados. En el caso de este recital, último concierto de las Jornadas de Piano, ha sido la presencia de Gustav Leonhardt, una auténtica leyenda viva del clave y su técnica e impulsor desde el comienzo de la corriente «historicista» de la interpretación de la música antigua, quien a sus ochenta y tantos años ha recalado en Oviedo como un mito al que todavía, aun acusando el paso del tiempo, acompaña la maestría en la interpretación. La primera parte del recital la diseñó sin concesiones al público, aun en la belleza contenida en casi todas las obras, no dejó de resultar un tanto irregular, algo que parece apuntar él mismo cuando afirma que al lado de Bach todo parece algo plano, aunque hay músicas maravillosas para clave más allá de él. Con más de 50 años de carrera a sus espaldas, Leonhardt mantiene una regularidad interpretativa que se ha caracterizado por la falta de excesos, ni en unos tempi llamativamente contrastados, ni exceso en la proliferación de adornos y trinos que desdibujen la esencia de la línea melódica, en la que en su diseño es ejemplar. La articulación en su interpretación es algo vivo, no superficial, está orgánicamente presente en los detalles más sutiles, incluso aunque escapen a la mayoría de los mortales asistentes. Organista discípulo de Eduard Müller, éste le enseñó a no usar los registros de manera efectista, Leonhardt lo hace lacónicamente, atendiendo siempre al interés de la línea melódica y la forma en la que esta «canta». Cierto es que la respuesta mecánica no fue en ocasiones perfecta y que en algún momento parecía adecuar la flexibilidad del tempo a determinados pasajes de dificultad, pero esto no restó interés por escuchar su profunda visión clavecinística.

J. S. Bach ocupó la segunda parte, tal vez de lo contrario el cansancio de un instrumento que no deja de ser minoritario, hubiera provocado una mayor deserción por parte del público. Pero el genio absoluto de Bach puede con todo y, al mismo tiempo, resultó paradigmático escuchar la música del alemán en el instrumento en el que fue escrita. Siendo Leonhardt quien es, adquiere mayor peso su opinión respecto a cierto «integrismo» en la interpretación denominada «historicista», al reconocer que en este campo se trabaja en gran medida sobre hipótesis, y llega aún más lejos al insinuar que determinadas interpretaciones que reducen, por ejemplo, el número de integrantes en los coros de las cantatas de Bach obedecen al propio interés de las agencias de conciertos para ahorrar gastos de viajes y hoteles. Sea como sea, el recital de clave de Leonhardt -no es tan inusual incluir este instrumento en ciclos pianísticos de nivel, pero sí sería peligroso generalizarlo en el nuestro-, ha sido una magnífica oportunidad para escuchar a un maestro que probablemente no vuelva a visitarnos. Su peculiar figura, alta y delgada, dentro de un sobrio traje y corbata negros, armonizó con la delicadeza sonora del propio instrumento. En la primera parte su actitud parecía no invitar a aplaudir tras cada obra, aunque no hizo ningún gesto de desaprobación. No pareció tan distante como lo pintan. En mitad de la segunda parte se dirigió al público -eso sí, en inglés, a veces poco audible- para explicar el contenido de las variaciones en una obra de juventud de Bach. La novedad de la caja acústica, consistente en colocar los paneles laterales perpendiculares al escenario, debería probarse concienzudamente con el Steinway y ver el resultado sonoro antes de aplicarlo, definitivamente, a los recitales de las Jornadas de Piano.