Una clásica leyenda urbana vinculada a la ciencia es aquella que señala que el agua gira en diferente sentido en el desagüe según el hemisferio en que nos encontremos. La aparente causa, el denominado efecto Coriolis.

En el año 1836, el científico parisino Gaspard-Gustave Coriolis dedujo la ecuación que describe el efecto que se observa en un sistema de referencia que se encuentra en rotación. Un ejemplo de este efecto se produce en un tiovivo. Si nos encontramos sobre él mientras gira y lanzamos una pelota en cualquier dirección, desde nuestro punto de vista la bola parecerá seguir una trayectoria que se curva a izquierda o derecha, según sea el sentido de giro de la atracción ferial. Es un efecto debido a que nosotros nos hallamos en un sistema no inercial; es decir, en uno en el que las partículas libres no siguen una trayectoria rectilínea. Así, un observador situado fuera del tiovivo vería que la trayectoria de la pelota es plenamente rectilínea.

Debido a la rotación de nuestro planeta se perciben efectos similares, aunque con muy débil magnitud. Pero pese a su debilidad, el efecto es lo bastante importante como para obligar a introducirlo en el cálculo de trayectorias de misiles balísitocs. Y justifica que los huracanes y tifones giren en diferente sentido en cada hemisferio.

Precisamente por esta realidad se ha conformado el mito bastante extendido de que el agua en los desagües de cada hemisferio gira en diferente sentido. El efecto Coriolis puede influir en grandes masas de aire, pero es despreciable si se tiene en cuenta la pequeña masa de agua que se mueve cuando vaciamos la bañera y el escaso tiempo que ocurre durante el proceso. El giro tiene más que ver con la forma geométrica del recipiente que cualquier otra cosa.