Oviedo, Javier NEIRA

Un silencio interminable, todos como petrificados y, por fin, el público que llenaba el Auditorio de Oviedo estalló en una ovación impresionante que se prolongó durante ocho minutos y medio: la «Sexta sinfonía» de Mahler, interpretada por la Filarmonica della Scala, a las órdenes del maestro Semyon Bychkov, mereció ese premio con creces.

La formación, que superaba los cien profesores -ocho trompas, nueve contrabajos, diez chelos...- atacó el primer tiempo con el optimismo prescrito en la partitura, sorteando feísmos y efectismos, para subrayar el marcado carácter pastoral y pastoril de la obra sobre un relato centrado en la felicidad de la sorpresa y una impenitente investigación subyacente que no ceja en toda la obra. El maestro Bychkov animó la fiesta, mientras cuidaba los excesos y hasta se diría que apacentó a sus briosas criaturas.

El scherzo, en segundo lugar como en la «Novena» -las sombras de Beethoven y Brahms nunca se disipan-, fue una cascada acumulativa de citas y autocitas hasta el andante, cantabile y decidido a explorar todas las emociones sobre una melodía infinita que bordó el conjunto italiano siguiendo al maestro ruso.

Y el final, apoteósico, porque la «Sexta sinfonía» de Mahler siempre va a más, y, cuando por fin Bychkov aflojó las riendas, la explosión de sonoridades y volúmenes dejó mudo, literalmente, al respetable.