No siempre es bien recibida la incursión de los cantantes líricos en el repertorio de la música «popular». Todavía recuerdo a una de las divas españolas de la ópera cantando versiones de los «Beatles». Es meterse en un terreno farragoso. Por un lado, se cuestiona la calidad de este tipo de proyectos, al crear aparentemente un producto de mercado de fácil venta. Por otro, se critica a tal tenor o soprano al descender del olimpo de Rossini o Verdi, como una cruz en una carrera lírica. En resumen, «carne fresca» para puristas de uno u otro lado. Sin embargo, José Manuel Zapata se desmarca de todo eso. Así lo demostró el tenor granadino el martes en el auditorio de Oviedo, con el estreno de la versión sinfónica de su repertorio de tangos, grabados previamente en pequeño formato, en un disco que se presentó en noviembre en Madrid, en un «Mano a mano» -como se llamó el proyecto-, junto a grandes nombres del flamenco como José Mercé y Pasión Vega.

Es posible que las claves del éxito que ha experimentado ya este proyecto sean el respeto y la pasión que Zapata siente por el tango, y su capacidad como artista para acomodarse a este género musical. Zapata cruza la orilla y, sin imponer su mundo, dota a las melodías del tango de una voz robusta y con alma. Una voz que no necesita micrófonos, como se esforzó por demostrar el tenor a lo largo de su actuación, movido por las protestas de un espectador, desconociendo el uso habitual que se hace de la tecnología en este tipo de conciertos. Zapata se inscribe así en una línea de renovación del tango que, marcada por Piazzolla, atrajo hacia el género a músicos de diversa índole, propiciando la apertura y enriquecimiento del tango con otros estilos e instrumentos.

Un «Tango sinfónico» que suma además en la apertura de repertorio de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA), bajo el buen criterio de su gerente, Ana Mateo, para celebrar en este caso el Día Europeo de la Música. Una verdadera fiesta, como prometió Zapata, con un puntito flamenco que puso la voz, de dotes sensibles, de la cantaora Rocío Márquez, que brilló especialmente a solas en el micro, en «Nostalgia» y los dos fandangos de propina, exquisitos. Tenor y cantaora conectaron sobre el escenario en temas como «Volver» -con el duende que recordó la versión de Estrella Morente-, a pesar de las dificultades lógicas de empaste entre dos voces de tan distinta naturaleza.

El bandoneón de Omar Massa fue el perfecto contrapunto con la orquesta, capaz de hipnotizar en los momentos a solo, como en «Verano porteño». Junto a la guitarra de Fernando Egozcue -también el arreglista de las piezas-, ambos formaron una combinación típica de los grupos de tango, que se entendió perfectamente con la orquesta, a pesar de algunos desajustes en la amplificación, que defendió obras de densa orquestación y abundancia de ritmos, que dirigió con mano firme Joan Albert Amargós, reputado compositor y arreglista, que esta vez se encargó del podio.