En ocasiones la naturaleza fija condiciones aparentemente arbitrarias que escapan a la simetría inherente al pensamiento racional matemático humano. Y así, los científicos se dedican a buscar la existencia de entes que tienen justificación teórica para ver si así las cosas resultan más lógicas y ordenadas. Un ejemplo sencillo está en las diferencias entre la electricidad y el magnetismo.

Ambos fenómenos, los campos eléctrico y magnético, se explican teóricamente de forma unificada desde que en el año 1862 James Clerk Maxwell formuló las ecuaciones que llevan su nombre. Sin embargo, existe una asimetría en esas ecuaciones. Mientras que conocemos la existencia de partículas con carga eléctrica positiva o negativa, no se ha encontrado en la naturaleza un monopolo magnético.

Todo imán tiene dos polos, norte y sur, pero si se parte en dos, reaparecerán ambos polos en cada pieza. Es imposible encontrar materia que sólo tenga una polaridad magnética.

En plena efervescencia teórica de la Mecánica Cuántica, el físico británico Paul Dirac enunció en 1931 la posible existencia del monopolo magnético, que permitiría explicar por qué la carga eléctrica está cuantizada. Más tarde, en 1974, Geradt Hooft y Alexandr Poliakov probaron que de la Teoría del Campo Unificado podría extraerse la existencia teórica del monopolo, que tendría una masa bastante superior a la del electrón pero inferior a la del protón. Y aunque en 1982, en un experimento desarrollado en la Universidad de Stanford se detectó de pasada lo que podría ser un monopolo, no se ha vuelto a encontrar. Sólo ciertos experimentos muy específicos con los denominados «hielos de espín» permiten detectar propiedades justificables con la existencia de monopolos.

Los científicos creen que en un brevísimo instante durante el Big Bang los monopolos magnéticos campaban a sus anchas. Pero claro, regresar a esa época sólo puede hacerse sobre el papel, de un modo teórico. Sea como sea, parece que el magnetismo, en este universo y por el momento, es cosa de dos.