El flautista, compositor y director de orquesta italiano Antonmario Semolini imparte estos días en Oviedo, en la Escuela Internacional de Música de la Fundación Príncipe de Asturias, una batería de clases magistrales. Semolini, natural de la ciudad de Siena, en la Toscana, vive en Turín y enseña en el Conservatorio de esa ciudad que es, según indica, quizá el mejor de Italia.

-De Turín a Oviedo.

-Estoy muy contento de estar aquí, en Oviedo, invitado por el profesor Yuri Nasushkin. Esta escuela me recuerda los años sesenta en Italia, en la academia Chigiana de Siena, donde dieron clase maestros como el guitarrista Andrés Segovia o el violonchelista André Navarra. Es la misma filosofía con profesores de gran talla y chavales concertistas.

-¿Cómo se enfrenta a alumnos diversos y desconocidos?

-Cualquier estudiante tiene a su espalda un buen maestro. No se puede olvidar esa circunstancia a la hora de enseñar a un alumno algo en poco tiempo como es el caso. Hay que respetar el trabajo anterior. Y dar sugerencias que pueden ser aceptadas por los estudiantes en mayor o menor grado. Es necesario tratarlos no como alumnos sino como colegas para confrontar los diferentes puntos de vista.

-¿Para un flautista qué es más importante, la mano izquierda, la derecha o la respiración?

-La respiración es lo importante de verdad en la flauta. Ahí está el alma, el corazón, el sentimiento. El sentido de la frase. Es un poco como hablar con las pausas justas y todo lo demás.

-¿Cómo cantar incluso?

-Exacto. Estudié canto para ver la emisión del sonido. Y descubrí que Italia, aunque está considerada como el país del «bel canto», no lo es de verdad. Hay muchos cantantes pero no lo hacen bien porque no saben respirar. Para tocar instrumentos de viento es muy importante tomar lecciones de canto porque los instrumentos de viento en definitiva deben imitar a la voz humana.

-La flauta evoluciona poco.

-Pesan razones ancestrales. Las flautas actuales las hacen grandes artesanos. Un alemán es ahora el mejor del mundo y ha creado líneas de evolución en la construcción pero el instrumento mantiene las características del siglo XIX. Con los cambios sí ha conseguido obtener instrumentos más entonados. Toco habitualmente una flauta que tiene casi ciento cincuenta años y logra un sonido maravilloso pero tiene problemas de ajustes o afinación. Eso ahora se ha superado. Es como lo que ocurre con el violín donde se pasó de las cuerdas de tripa a otras de acero revestido.

-Flautas traveseras, dulces...

-Todos los instrumentos sirven para alguna buena causa. A veces me quedo impresionado oyendo tocar a un músico una flauta de pan. La música es un lenguaje que supera todas las barreras. Shakespeare admiraba que de la piel de una cabra, que forma la cuerda de un violín, se llegue al alma humana.

-¿Qué música para flauta le gusta especialmente?

-A mí, la verdad, me hubiese gustado mucho ser violinista. Mi padre era violinista. Empecé a estudiar música con 17 años, un poco tarde. Tengo aquí, estos días, en Oviedo, a un alumno de Turín, que se llama Filippo del Noce. Empezó con 14 años los estudios de flauta y este año con 18 termina la carrera con puntuación máxima. Lo normal es emplear siete u ocho años en lograr esa titulación. Una vez me dijo por sms que no iba a ser músico porque estaba cansado de que le dijeran que la música era «borderline». Le escuché, no dije nada, volvió, se puso a trabajar de una forma increíble y estoy verdaderamente contento de lo que ha conseguido. El año que viene me jubilo, en estos últimos años diplomé a 60 estudiantes y es de lo mejor que me he visto.

-¿En qué exactamente?

-Ha captado la filosofía clave. Los alumnos deben tener un gran afecto por sus compañeros, un estudiante de música no debe tener presunciones ni envidias. Aquí hay un también un chico muy bueno que está haciendo este curso y que es de Galicia. Viene de un gran profesor porque he visto que tiene una base sólida. Pues bien, me ha gustado especialmente que ayer los dos decían del otro que tocaba mejor una pieza de Mozart. Eso es de verdad muy importante. Siempre creí, como dijo Paganini, que «los grandes no temen y los humildes no envidian».

-Toscana es tierra de músicos.

-Como director de orquesta me he especializado sobre todo en músicos de la Toscana. Amo sobre todo, y en España también debería ser así, a Boccherini. Sin él no habría ni Mozart ni Haydn. Ambos, cuando hablan de Boccherini, dicen que era divino. Inventó el bajo articulado que supera acompañamientos simples. Eso lanzó las sinfonías. Curiosamente los mejores músicos de la Toscana, que forman parte del patrimonio mundial, son de la ciudad de Lucca: Puccini, Boccherini, Catalani... allí hay un microclima como el de Florencia para las artes plásticas y la arquitectura.