Oviedo, P. R.

El Seminario de Filoloxía Asturiana de la Facultad de Filología de la Universidad de Oviedo ha querido rendir homenaje a Diego Catalán Menéndez Pidal (1928-2008), figura clave en la filología española del siglo XX. Como dice la académica Inés Fernández Ordóñez en el artículo en el que traza la personalidad humana y científica del nieto de Ramón Menéndez Pidal, Catalán reúne en su persona «de forma totalmente inusual los conocimientos de un sabio historiador y los de un experto filólogo».

La «Revista de Filoloxía Asturiana» que edita el Seminario, dirigida por los profesores Juan Carlos Villaverde y Xuan Carlos Busto Cortina, publica en su último número, además de las secciones habituales, un conjunto de artículos sobre la vida y la obra de Catalán, firmados, además de por Fernández Ordóñez, por Samuel G. Armistead, José Manuel Pedrosa, María Teresa Echenique Elizondo, Fernando Álvarez-Balbuena, Jesús Antonio Cid, Jesús Suárez López, Francisco Bautista y el ya citado Villaverde. Paralelamente, Alvízoras&Trabe ha editado en un libro estos mismos contenidos, para quien desee tener solamente las páginas sobre Diego Catalán.

La vinculación de este filólogo con Asturias fue primero académica y en los últimos años de su vida de carácter científico, por la colaboración que la Fundación Menéndez Pidal mantenía con el Seminario. Catalán es autor de un conjunto de estudios clásicos sobre el asturiano (reunidos en el libro «Las lenguas circunvecinas del castellano», 1989) que ayudaron a trazar mejor los límites lingüísticos que acotan las diversas áreas, occidental, central y oriental, como son los dedicados al límite de conservación de la f-, la metafonía, la diptongación en astur-leonés y, sobre todo, el dedicado al asturiano occidental.

Hijo único de Jimena Menéndez-Pidal Goyri, cofundadora del Colegio Estudio, y de Miguel Catalán Sañudo, brillante físico cuyos descubrimientos en el campo de la espectrografía merecieron el reconocimiento de la comunidad científica internacional, Diego Catalán se crio con sus padres y sus abuelos maternos, el gran Ramón Menéndez Pidal y María Goyri.

Con motivo de un homenaje a su madre en la Residencia de Estudiantes en 2001, Catalán escribió: «El caso es que la Guerra Civil y la postguerra fueron determinantes en que toda mi educación, de los 8 a los 15 años, hasta llegar a la desertizada Universidad de los años cuarenta, quedara exclusivamente en manos de mi familia (...) Refugiada ahora en Segovia, tras huir de la zona de combate en las faldas del Alto de León, con su familia empobrecida, sin libros ni posibilidades de tenerlos, rodeada de un vacío cultural extremo, contando sólo con su vocación de enseñanza intacta y con un alumno singular de 8 años en quien invertirla, se volcó durante los años de la Guerra Civil en crear para mí una escuela mínima, con tres profesores -ella, mi padre y mi abuela- y uno, dos, hasta tres compañeros -más o menos ocasionales- de clase, que no de aula, y si ampliamos la imagen habitual, de laboratorio».

Diego Catalán repartió su vida académica entre España y los Estados Unidos. Regresó definitivamente en 1981 como catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid. Pero nunca se desligó de sus investigaciones y estudios en España y, sobre todo, de la lucha por preservar el legado de su abuelo, que heredó, cuidó, editó y acrecentó. El viejo caserón familiar madrileño es hoy la sede de la Fundación Menéndez Pidal. Pero, además, realizó un trabajo científico propio en el que sobresale el carácter pionero e innovador de su trabajo, que realizó en solitario, en el campo de la historiografía, sometiéndolo a una autocrítica continua.