Oviedo, Javier NEIRA

La Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) abrió ayer su nueva temporada con un concierto en el auditorio Príncipe Felipe de Oviedo bajo la dirección del maestro norteamericano Jayce Ogren y un programa redondo: el concierto para piano número 2 de Chopin, con el concurso del concertista bilbaíno Joaquín Achúcarro y el «Concierto para orquesta» de Bela Bartok. Muchísimos aplausos.

Achúcarro tocaba en casa, no en vano ostenta el récord de conciertos de la Sociedad Filarmónica de Oviedo, ciudad donde tiene muchos amigos y familiares. Y, como, además, acaba de grabar con la Filarmónica de Berlín, la mejor orquesta del mundo, soltó la mano derecha, no se privó de ningún rubato y con la ventaja de los senior -no tiene nada que demostrar- firmó una actuación de gran calidad. La sentencia del compositor y pianista -y quizá paradigma de la envidia- Sigismund Thalberg según la cual «lo peor de Chopin es que a veces uno no sabe cuándo su música está bien o esta mal» salió ayer muy mal parada del Auditorio gracias a Achúcarro, que incluso daba las entradas con la cabeza ante un buen director, Jayce Ogren, que podría ser su nieto. Como propina, el nocturno número 2 del opus 9: con decir que eclipsó al concierto es suficiente.

En la segunda parte, el «Concierto para orquesta» de Bartok, en el que la OSPA se desquitó en cuanto a protagonismo y aun cada músico, porque así está concebida la pieza: una suma infinita de intervenciones solistas según «una transición gradual de la austeridad del primer movimiento hacia la afirmación vital del último», como advirtió el propio Bartok. Una interpetración excelente.