Gijón, Luján PALACIOS

Han sido, tradicionalmente, el tipo de bosque más frecuente de las zonas bajas de Asturias, pero en las últimas décadas su extensión no ha hecho sino reducirse de manera notable. Las carbayedas de la región no gozan de especial buena salud, aunque las que se conservan en Gijón «se van salvando», gracias, en parte, a que «están en espacios abiertos y gozan de algún tipo de protección».

Ésta es alguna de las conclusiones que los expertos exponían ayer en la mesa redonda celebrada en el Jardín Botánico bajo el título «Carbayedas: bosques naturales, dehesas y fauna asociada», aunque con matices.

El profesor de Botánica del Departamento de Biología de Organismos y Sistemas de la Universidad de Oviedo, José Manuel Fernández, aboga por propiciar «un mayor grado de protección y una gestión más sostenible», que implique, por ejemplo, la tala de los árboles para favorecer que crezcan sanos.

La degradación de las carbayedas asturianas ha propiciado, además, que muchas especies de aves se hayan visto obligadas a adaptarse a otros entornos de campiña, como sucede, tal como explicó Luis Mario Arce, ornitólogo y periodista de LA NUEVA ESPAÑA. En la actualidad, pueblan estos espacios «poblaciones pequeñas de petirrojos, carboneros comunes, chochines, trepadores azules, arrendajos, pinzones y camachuelos». En cambio, las especies más sensibles «han ido desapareciendo», apuntó Arce. La carbayeda del Tragamón supone en este sentido un remanso de tranquilidad para los pájaros, que han sabido integrarse en el Jardín Botánico. Tal y como indicaba Amador Vázquez, presidente y fundador del Colectivo Ornitológico «Carbayera del Tragamón», en la actualidad existe un número similar de aves al que se registraba en el año 2001, antes de las obras para la apertura del Botánico: 96 especies en el jardín y otras 42 en la parte de la carbayeda que queda fuera del espacio abierto al público. En todo caso, Vázquez también considera «ideal» una mayor protección para un hábitat «en franco declive en los últimos años».