Puede que los espíritus ocultos no hayan tenido que ver en la quiebra financiera de Islandia, pero un 55 por ciento de islandeses cree en ellos, mientras que un 5 por ciento asegura haberlos visto en alguna ocasión. Debido a esa vena espiritual que les hace concebir presencias emboscadas, no es descartable que en Islandia más de uno piense que los elfos han tenido algo que ver en la crisis económica. A través de la religión asatrú, por la que se venera a los antiguos dioses vikingos, los habitantes de la isla celebran todavía en plena naturaleza rituales en los que se invoca a Odín, el supremo, y a Freya, la divinidad del amor.

James George Frazer fue quizás uno de los primeros antropólogos en analizar la relación entre el mito y la ceremonia ritual. Suya es la teoría de que las creencias que nacieron de la magia primitiva fueron sustituidas por el dogma religioso y más tarde, a su vez, reemplazado por el conocimiento científico. A veces se quedan simplemente con el certificado bautismal que les otorga el cristianismo, como ocurre con la festividad celta del Samhain, que se encuentra en los orígenes del Halloween, que llegó a América con los colonizadores procedentes de Irlanda y Escocia, y que se celebró todavía hace unos días conforme a los ritos comerciales establecidos desde hace años en Estados Unidos y exportados a otros lugares.

Pero vamos con el Samhain; el 31 de octubre, los celtas festejaban el inicio de un nuevo año. La luna marcaba el ciclo, que coincidía con el fin del verano. La mitad luminosa daba paso a la oscura en un mundo que basaba su economía y alimentación en el pastoreo y el ganado. El viento de la cebada en los vastos campos de Irlanda y Escocia soplaba con violencia, la gente se recluía en sus casas al abrigo de los rugidos. El 31 de octubre era Halloween, palabra de origen anglosajón que significa «Día de Todos los Santos», y formaba parte de las festividades del fin del verano que se prolongaban hasta el 2 de noviembre.

Frazer, en «La rama dorada», y Jean Markale, en «The pagan mysteries of Halloween», se refirieron a festividades comunitarias en las que se pretendía ahuyentar a los malos espíritus y recibir a los muertos que durante esos días abandonaban momentáneamente el más allá para visitar a sus amigos y familiares. Halloween se situaba en el estado intermedio: entre la luz y la oscuridad, la vida y la muerte, lo real y lo imaginario. Esa noche, los campos se poblaban con brujas, duendes y fantasmas, seres provenientes de un mundo irreal asociado con las fuerzas oscuras de la naturaleza.

Durante los tres días del Samhain se permitía todo tipo de excesos. Se acostumbraba a beber y comer carne de cerdo. La festividad era obligatoria por la propia creencia del mito y quien no la celebraba corría el riesgo de volverse loco y morir. Existía una comunión: las bacanales no tenían un sentido profano, sino sagrado; el objetivo era fundirse con la divinidad. El vino y la unión de energías corporales comunitarias transportaban a un lugar fuera del mundo a quienes celebraban el Samhain con rituales parecidos a los dionisiacos, celebrados en la Grecia antigua, o a los que rendían culto a la diosa de los Orígenes, llamada por los antiguos irlandeses Medb, cuyo significado en gaélico es embriaguez. Lugh, dios celta que presidía las festividades del Samhain, fue incorporado por César al panteón de los dioses romanos como Mercurio, el mensajero alado, intermediario entre dioses y humanos.

Frazer cuenta en «La rama dorada» cómo el ritual durante el Samhain consistía en prender fuego a helechos, barriles de alquitrán y tallos. Cuando se extinguían, «juntaban las cenizas con cuidado, formando con ellas un círculo, y colocaban una piedra por cada miembro de las familias que se unían al calor de cada hoguera». A la mañana siguiente, si alguna de estas piedras no estaba en su lugar, «daban por seguro que la persona a quien correspondía era la elegida, y a partir de ese día no sobreviviría doce meses». Los fuegos rituales, equivalentes a la luz solar, tenían como objetivo el influjo favorable sobre el clima, la vegetación y los animales. Las hogueras tenían, al mismo tiempo, la virtud purificadora, al prenderse coincidiendo con el año nuevo. Teniendo en cuenta la difícil situación que atraviesa el viejo mundo, ojalá los espíritus celtas e islandeses nos acompañen para bien en ésta su visión ancestral del calendario.