«El fado es todo lo que digo

y lo que no sé decir» (Aníbal Nazaré, «Tudo isto é fado»)

Es difícil definir el fado, se dicen de él cosas muy diversas, a veces poéticas, adjetivos que lo acotan demasiado o tópicos universales, pero en cualquier caso sobre este canto -porque las palabras son esenciales en el fado- hay un algo místico, un nimbo de fascinación o de sentimiento que llega al alma. No sólo las palabras, también la melodía, los tonos, el vibrato (gemido), los gestos, la indumentaria... cantan, lloran, ríen, expresan los celos, la añoranza, el amor a la madre, la soledad, el orgullo de la tierra o la esperanza. Su nombre tiene que ver con el fatum latino, que hace referencia al destino y a los ineludibles deseos de los dioses. «Es un estado del espíritu», decía la gran fadista Amália Rodrigues.

Hay varias teorías sobre su origen, que pretenden verlo surgir de la influencia árabe, de las colonias africanas, los ritmos del Brasil o los cantos marineros. Pero lo cierto es que aparece en los comienzos del siglo XIX, centrado en Lisboa y restringido en ambientes tabernarios populares de barrio bajo. Años después se extiende de una manera burguesa y literaria a los palacios y las fiestas de la aristocracia. En un tercer paso, el fado llega a popularizarse por completo a través del teatro de revista y poco a poco se va profesionalizando para adquirir una forma definitiva final, debido a la censura de la época política del estado novo (1926-1974), al comienzo de la radiodifusión y la creación de las casas típicas para las veladas de fado.

El cantante solista (fadista) establece un diálogo de palabras, melodías, ritmos, tonos, gestos y los silencios que aprovechan los instrumentos para protagonizar su contracanto o diálogo entre las guitarras y las violas y sirve de respiro entre dos fases vocales. Generalmente el fadista se acompaña de una guitarra que marca la melodía y una viola que acompaña y a veces una viola baixo, que sirven para marcar más el acompañamiento y el ritmo. La guitarra, o guitarra portuguesa, es un instrumento en forma de pera, con seis pares de cuerdas que acaban en un clavijero en forma de abanico. La viola es muy parecida a la guitarra clásica o española y la viola baixo es más grande y con sólo cuatro cuerdas.

Los fados más antiguos y característicos son los fados castiços, que provienen de tres fados raíces anónimos y otro par de centenares que se han ido haciendo por diversos autores consagrados. Entre ellos se considera el fado corrido, el fado mouraria (nombre de un barrio tradicional lisboeta) y el fado menor, que tienen unos elementos fijos tanto en el ritmo y la armonía instrumentales como en las estructuras poéticas de la letra, y otros que están completamente abiertos a la improvisación, el cambio y la variación, y así cada cantante puede estilar según su personal vivencia, por lo que se les denomina estilistas. Con frecuencia se pueden oír las mismas músicas con letras diferentes y todo tipo de variaciones sobre una base melódica común. Desde el comienzo de los teatros de revistas se desarrolla otro tipo de fados que respetan siempre una base melódica y mantienen la letra, son conocidos como fados canção. Tienen una copla y un estribillo y la elaboración musical es más compleja que en los castiços.

Los músicos están subordinados al fadista, pero la guitarra no es un simple acompañante y se puede decir que se trata de un segundo solista. Y en ocasiones interpretan solos, graban discos o protagonizan veladas musicales que se denominan guitarradas. Suelen tener su escenario en las casas típicas, que comienzan a aparecer en los años treinta en Lisboa pero se extienden a otros lugares del país. Se trata de tabernas y restaurantes decorados con motivos tradicionales y que disponen de un estrado desde el que se interpretan los fados. También hay veladas en las fiestas populares, concursos de mayor o menor importancia en la radio o la televisión, en teatros y en salas de centros culturales o recreativos. Naturalmente, los fados famosos, son fados que escribieron y dieron música para la gran embajadora artística portuguesa Amália Rodrigues y se recogen en antologías que se encuentran en medio mundo, desde que «Foi Deus» -«Fue Dios (...) me dio a mí esta voz»- se grabara con Rui Valentim de Carvalho en 1952 en los estudios londinenses de Abbey Road. Ahora son Carlos do Carmo, Camané, Mariza, Katia Guerreiro, Mafalda Arnauth, Ana Sofía Varela, Rodrigo Costa Felix, Ricardo Ribeiro, Aldina Duarte, Carminho y muchos otros los que pasean y universalizan esta música tan capaz de expresar y de remover los sentimientos y el alma de quien lo vive. Pues el que canta fado «tiene un corazón con voz y una voz con corazón» y, como dice el joven fadista Helder Moutinho, el fado es «un desahogo constante que nos refresca el alma» y «un universo donde se juntan los poetas, los compositores, los cantantes, los instrumentistas (...), en fin, todos aquellos que en su arte o en su vida se consideran fadistas».