Durante varios meses ha sido enorme la expectación en torno a las funciones de la «Norma» de Vincenzo Bellini iniciadas en el Campoamor el día de la Inmaculada Concepción. Desde los foros de internet y otros ámbitos, cual pájaros de mal agüero, dudaban del debut de Sondra Radvanovsky como sacerdotisa druida. En este mundillo tan peculiar de la ópera hay algunos que disfrutan más de lo debido con la tragedia y para ellos cuanto peor, mejor. Afortunadamente los augurios nefastos no se cumplieron y, pese a un agudo proceso catarral aún no del todo curado, la Radvanovsky hizo en Oviedo su debut mundial como Norma y esto ha sido un acontecimiento que quedará en la historia de nuestra temporada.

Los tijeretazos de las instituciones públicas obligaron a hacer una versión de la obra distinta, a medio camino entre una producción estándar o una de concierto. No hubo merma, sobre todo porque la ópera fue capaz, gracias a la ovetense Susana Gómez (que firmó el original «Un ballo in machera» de 2009, masacrado por un sector del público por otros motivos que los escénicos; curiosamente algunos ayer quedaron más mudos que Jane Wyman en «Belinda»), de demostrar que es capaz de sacar adelante el título con coste escénico casi cero y enorme dignidad. Buena lección ha dado la Fundación Ópera de Oviedo a nuestra casta política. Por cierto, ¿cómo es posible que nuestros máximos representantes institucionales no hayan acudido este año a algún estreno? Es intolerable. No sucede en ninguna temporada en Europa y aquí jamás había pasado. ¡Qué nivel, Maribel!

Sondra Radvanovsky fue Norma, ¡y vaya Norma! En su debut venció la tos y demostró que se va a enraizar con las grandes intérpretes históricas de este rol (alguna de ellas, por cierto, lo interpretaron en el Campoamor). Muy pocas cantantes pueden exhibir esa intensidad en el canto al abordarlo en nuestros días. Es la suya una forma de cantar que cada vez cuesta más encontrar. Voz rotunda, dramática, de poderosa coloratura y enorme potencia expresiva que consigue llevar al público a la emoción. El entusiasmo después del «Casta diva» fue, de hecho, espectacular. En su primera aproximación al papel aún está un tanto lenta la coloratura y las secuelas del catarro dejaron ver alguna aspereza menor. No importó. Son matices que se solventarán en las próximas sesiones que se prometen apoteósicas. Da gusto encontrar cantantes como los de esta función que se lanzan al vacío sin red, con honestidad, en un canto casi fiero en su despliegue formal. Radvanovsky construyó el personaje de manera impecable más allá de la emblemática cavatina. Soberbia en los dúos con la Zajick (¡qué gran diva también y qué carrera tan extensa la suya!), tanto en la poética «Oh! Rimembranza!» como en la vigorosa «Si, fino all'ore». Además, su dramaturgia, creíble y muy bien interiorizada, sumó y mucho en el desarrollo pleno de un personaje de extrema dificultad ante el que se han estrellado muchas intérpretes.

Si Norma capitaliza la acción, Adalgisa es el otro pilar indispensable sobre el que se asienta el éxito del título belliniano. Aquí lo fue una cantante muy querida en Oviedo, la también estadounidense Dolora Zajick (cantó en 1992 una espléndida Azucena de «Il Trovatore» y volvió hace cinco años con «La Favorita») afrontó un nuevo reto de su amplia trayectoria con esa seguridad suya que asombra. Consiguió empastar su voz con Radvanovsky en los dúos con precisión total y entrega dramática y también con Aquiles Machado tuvo aciertos deslumbrantes. Zajick exhibió agilidad vocal, seguridad en las notas altas y buscó con acierto contener su torrente vocal en los pasajes más líricos, apianando, en la hechura de un bel canto romántico de bravura, a la antigua y en la senda de lo mejor de la tradición.

En «Norma» ante el poderío de las protagonistas, tenor y bajo siempre corren el peligro de quedar desdibujados. No fue el caso. Aquiles Machado -otro habitual de Oviedo, aunque éste era su debut oficial en la temporada- se entregó de forma total como Pollione. Su vocalidad bien timbrada, fraseo impecable y zona central poderosa marcaron una línea interpretativa que tuvo pequeñas debilidades en alguna nota aguda un tanto rígida y forzada y un inoportuno quiebro en el dúo con Adalgisa del primer acto.

Estas circunstancias no ensombrecieron lo más mínimo una actuación soberbia de un rol exigente y que, sin embargo, no es demasiado agradecido. Por su parte, Carlo Colombara regresó a Oviedo para ofrecernos un Oroveso de hondo calado expresivo, con un canto legato, de rocosa factura, en una encarnación impecable del gran sacerdote druida. En sus pequeños cometidos, tanto Maribel Ortega como Jon Plazaola, como Clotilde y Flavio, respectivamente, fueron un verdadero lujo que redondeó un elenco de impecable factura. El Coro de la Ópera de Oviedo, tras un inicio titubeante, fue a más y volvió a demostrar su excepcional momento de forma.

Desde el foso, Roberto Tolomelli, consciente del magnífico material vocal con el que contaba, planteó una dirección a la antigua, tensa y de imponente sonoridad, desde una obertura opulenta hasta el contraste delicado de los pasajes más líricos. En un territorio en el que ahora se busca el refinamiento casi como una religión, él aportó dramatismo desde el foso con una Sinfónica del Principado entregada, impecable, dejando que fluyera con fuego la infinita línea melódica belliniana.

Quiero terminar con una valoración específica del trabajo realizado por Susana Gómez. Con la ayuda de Antonio López en la concepción del espacio escénico, Alfonso Malanda en la iluminación (ambos dos técnicos de la casa, reclamados por numerosos teatros y símbolo del buen equipo que ha logrado crear la temporada) y Gabriela Salaverri en el vestuario, consiguió convertir una versión de concierto en una auténtica producción.

Aprovechando el fondo de armario de las producciones propias, con talento e ingenio, Gómez sacó adelante la sesión con un discurso muy esencial, de trazo minimal y matiz expresionista en el uso de la luz como elemento dramático. Me alegra especialmente su éxito porque es una profesional de primer rango, perfecta conocedora de su oficio capaz de abordar una ópera como «Norma» con presupuesto ínfimo y precariedad de ensayos total. Desde la obertura, donde los personajes salen a la escena envueltos en tiniebla y luz focalizada, hasta el dramatismo del final transmitió «Norma» como es, poesía pura, belleza y emoción. Todo se ha conjurado para convertir estas sesiones en uno de los acontecimientos culturales del otoño asturiano. No se la pierdan.

C. M.

La temporada de ópera de Oviedo ha llegado a una encrucijada. Comienzan a atisbarse los presupuestos del próximo año y el primer dato, el del Ayuntamiento, supone el primer envite. Estamos en una gravísima coyuntura económica, pero las administraciones tienen que ser conscientes del daño que hacen al aplicar la tijera sin estudiar cada caso de manera individual.

La ópera de Oviedo siempre estuvo marginada en época de bonanza -sobre todo, por la comunidad autónoma y el Estado-. La ayuda municipal líquida se ha desplomado en estos últimos años. El Ayuntamiento cede, además, el teatro y la orquesta para los títulos que sea menester. Eso incrementa su aportación, pero es mucho más lo que recibe de la ópera que lo que da. ¿Cuánto debería presupuestar si tuviese que gestionar el ciclo como lo hizo hasta finales de los años setenta? Es el principal beneficiario de la temporada.

En «Norma» se han vendido entradas en Estados Unidos, Alemania Francia, Inglaterra y varias ciudades españolas. Aficionados que vienen a Oviedo para ver una ópera (venir es sinónimo de consumo y gasto). El ciclo lírico da empleo a centenares de trabajadores de manera directa e indirecta. He dicho en numerosas ocasiones que el núcleo musical de Oviedo (ópera, zarzuela, conciertos, etcétera) es un elemento patrimonial del Principado cuya defensa es obligada para las administraciones.

Nuestros gobernantes tienen nombre propio y no pueden escabullir su responsabilidad. Gabino de Lorenzo, Francisco Álvarez-Cascos y, en unas semanas, Mariano Rajoy. Las autoridades municipales y regionales deben impulsar un pacto que dé estabilidad a una actividad cultural -y económica, tómense la molestia de leer el estudio de Deloitte- que prestigia a Oviedo internacionalmente. Nuestros administradores deben reclamar en Madrid un trato equitativo con otras temporadas que, con menor historia, cuadruplican las subvenciones estatales que Oviedo recibe. Es el esfuerzo mínimo que deben hacer.

En Oviedo, en el ámbito musical, se ha trabajado con la mayor austeridad. Seguir recortando significa ya destrozar la actividad y generar paro y pobreza. El próximo año el Campoamor cumple 120 años. El teatro más antiguo de Asturias y uno de los de mayor prestigio internacional de España -gracias a la ópera- no puede recibir semejante acontecimiento con una programación menor, de escaso vuelo. Sería un escándalo. La realidad de la crisis no ha de ser la disculpa para no hacer nada. Semejante efeméride exige un pacto institucional, generoso, sin protagonismos, y el teatro, un planteamiento de reforma real, más allá de los parches que se suelen poner.

En plena calamidad de la posguerra española se reconstruyó el teatro, ¿no habrá ahora liderazgo político para hacer una programación a la altura y un proyecto de reforma escénica sensato? Si la actividad se desploma los enterradores tendrán nombres y apellidos. Al menos les quedará la vergüenza para la historia de no saber afrontar uno de los grandes retos culturales que deben afrontar Oviedo y Asturias. Y que no olviden nunca que el fomento de la cultura no es un capricho, es un mandato constitucional.