Oviedo, Pablo ÁLVAREZ

-Venga, Priya, que te tendremos aquí como nueva dentro de dos días.

A las seis de la tarde de ayer, Priya Maliyakkal dejaba la cuarta planta del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) de Oviedo camino del quirófano. Las enfermeras de la Residencia Sanitaria Nuestra de Covadonga le dan ánimos. Priya sonríe y guarda silencio, actitud muy común entre las gentes de la India, su país de origen. Acto seguido, le es implantado un nuevo riñón, pues los dos suyos estaban totalmente inutilizados. Pero no un riñón cualquiera, sino un órgano muy especial para ella: el de su madre, Mary, quien ha viajado unos 8.000 kilómetros rumbo a un mundo desconocido para devolver a su hija la vida que un lupus eritematoso (enfermedad del sistema inmune) le estaba destruyendo día a día.

Cuando Priya entra en el quirófano, su madre ya lleva allí más de dos horas. El equipo dirigido por el urólogo Miguel Hevia le ha extraído uno de sus riñones mediante laparoscopia, un procedimiento que no requiere grandes incisiones ni deja grandes cicatrices. Madre e hija comparten perfil biológico, y eso garantiza una compatibilidad absoluta entre donante y receptora. Pero también comparten una odisea que. al ser desgranada, deja a los creadores de ficción en meros aficionados.

Si hablamos de una odisea, estaba claro que la llegada a Asturias de Mary y de Manuel, su marido, no podía ser cosa ordinaria. Dado que no disponían de recursos para costearse el desplazamiento, éste fue financiado por los fieles de la parroquia avilesina de San Agustín, que respondieron con ejemplar generosidad al llamamiento de su párroco. Porque Priya, de 35 años, y Emmanuel Kurisinkal, su marido, de 45, son naturales de Kerala, pero residen en Avilés, donde Emmanuel trabaja en la panadería La Magdalena. Priya estuvo más de un año cuidando a una señora mayor de Proaza, pero el avance de la enfermedad terminó minando su calidad de vida e impidiéndole trabajar fuera de casa.

«Mis suegros tuvieron que venir con visado de turistas, porque en la India hablar de trasplantes suena muy mal», explica Emmanuel, en alusión a la compraventa de órganos que se registra en algunos países en vías de desarrollo. «La madre de Priya nos dijo que ya había vivido suficientes años y que ahora quería que su hija viviese», agrega emocionado.

Emmanuel y Manuel -yerno y suegro- también exteriorizan los nervios con una sonrisa permanente. Manuel lleva en Asturias desde el pasado mes de septiembre, no habla ningún idioma distinto al hindú y a duras penas consigue enterarse de lo que sucede a su alrededor. Priya confesaba minutos antes de la intervención que estaba algo asustada, pero no por ella, sino ante la posibilidad de que a su madre, de 56 años, pudiera sucederle algo grave. En un quirófano no hay nada imposible, pero en el presente caso esta hipótesis resulta muy improbable: «A los donantes vivos de un riñón se les calcula un riesgo de mortalidad quirúrgica de un 0,03 por ciento (3 de cada 10.000)», explica el doctor Hevia. Además, los trasplantes renales de donante vivo se llevan a cabo después de varias decenas de pruebas y análisis. Tal es el nivel de garantía que las estadísticas señalan que quienes ceden un riñón terminan siendo más longevos que el promedio de la población general. Lo cual no significa que desprenderse del órgano sea beneficioso para la salud, sino que antes de dar el visto bueno los médicos se aseguran a fondo del buen estado de salud del donante.

Tras la extracción del riñón y el posterior implante, Miguel Hevia explicó a LA NUEVA ESPAÑA que el resultado de la intervención -que en su conjunto duró aproximadamente cinco horas, de cuatro a nueve de la tarde- había sido satisfactorio tanto para la donante como para la receptora. Con todo, precisó, conviene siempre mantener la cautela hasta que pasen unos días.

El de ayer fue el noveno trasplante renal de donante vivo que se practica en Asturias en lo que va de año. Una cifra que ya supera los ocho contabilizados desde que en el año 2005 se iniciara en el Principado esta modalidad quirúrgica. La región suma este año 52 implantes de riñón, nueve más que en 2010.

En este contexto en el que lo extraordinario se convierte en moneda común, la relación de Emmanuel y Priya no podía haber discurrido por cauces prosaicos. Ambos son indios, ambos proceden de Kerala, ambos llegaron a España por separado y ambos vinieron con una motivación religiosa. Priya llegó a La Rioja hace 13 años para ingresar en el convento de las Clarisas de Nájera. Llegado el momento de realizar los votos perpetuos, decidió que su vida tenía que tomar otros derroteros. Entre tanto, Emmanuel ejerció el sacerdocio durante 12 años en Indonesia y en España. Es licenciado en Teología, llegó a empezar el doctorado, vivió nueve meses en Inglaterra, habla inglés, indonesio, hindú y español. Se conocieron en 2002 y se casaron cuatro años más tarde. Mantienen una buena relación con la religión y son un matrimonio de misa prácticamente diaria. En plena misa se desvaneció Priya, y ese susto dio ocasión al párroco de San Agustín de conocer la enfermedad de la mujer y, posteriormente, de promover una cuestación para el viaje de sus padres.

Esta historia sería bastante distinta sin el concurso de una persona que aguarda delante del quirófano y que minutos antes acompañaba a Priya y Emmanuel en la planta de nefrología. Su nombre es Aida Díaz Velázquez y es como ese ángel de la guarda que surge en la vida de algunas personas particularmente necesitadas y que, de una forma u otra, interviene de forma decisiva en las situaciones más delicadas de sus «protegidos». Aida Díaz vivía en Miranda de Ebro y amadrinó el ingreso de Priya en el convento de las Clarisas. Siguió todas las vicisitudes de su ahijada, siempre en un papel de agente protector. Se vino a vivir a Avilés y, ante las dificultades con las que el nuevo matrimonio se topaba para abrirse camino, les ayudó a encontrar trabajo en Asturias y les ha acompañado en todas sus adversidades. «En realidad, les ha ayudado más gente; siempre hay gente buena que ayuda», apostilla Aida, encantada de ayudar a «unas personas que nunca se quejan de nada y para las que la que todo está siempre bien».

Priya inicia una nueva vida. Y aspira a que los tres años de diálisis peritoneal y tantas molestias causadas por la enfermedad pasen al baúl de los malos recuerdos. Y que su odisea vital vaya dando paso a una existencia más prosaica y tranquila, un poco más «aburrida».