Oviedo, M. S. M.

Cada vez hay menos dudas de que San Miguel de Lillo se apoya en un pasado romano. Así parece deducirse de las investigaciones que ponen de manifiesto la presencia de elementos y materiales de época romana en sus muros. Lo que evidencia la reutilización o reconstrucción de antiguas edificaciones. Son muestras que a falta de otras respuestas científicas sirven para intentar comprender los movimientos que se produjeron en torno a una de las construcciones señeras del arte de la monarquía asturiana.

Las pruebas no son concluyentes sobre el momento en que se levantó la edificación, pero sí hablan por sí solas de la posibilidad cada vez más certera de que en el Naranco hubiera con anterioridad otras construcciones, probablemente de época romana, que fueron aprovechadas para levantar el propio templo. Muchos vestigios demuestran que esta hipótesis no es descabellada y así lo valoran algunos expertos que han participado en alguna de las investigaciones.

Uno de ellos es el geólogo José Carlos García Ramos, que formó parte de los equipos que en los años noventa participaron en la campaña de excavaciones desarrollada con motivo de la restauración de Lillo. Se centró en el estudio de las variedades pétreas utilizadas en la construcción, así como de la composición, datación y áreas de procedencia de las rocas.

El trabajo consistió en examinar piedra por piedra la totalidad de los muros de San Miguel de Lillo y Santa María del Naranco. Y hubo sorpresas. La primera, comenta el geólogo, fue comprobar que frente a lo que sucedía con Santa María del Naranco, en Lillo hay al menos un veinte por ciento de roca arenisca rojiza y ferruginosa, un material más basto e irregular del que no hay ni rastro en el palacio ramirense, lo que, a juicio del geólogo, estimula la sospecha de que algo no concuerda. Ve dos posibles lecturas: «O se trata de dos talleres distintos o de una reconstrucción posterior en la que se utilizó un material de menor calidad, quizás aprovechado, para rellenar».

Pero, además de eso, hay otro hecho singular que habla de reutilización, y es la presencia de dos o tres sillares de granito gallego incluidos en distintas partes de los muros. El granito no existe en esta zona ni aparece en ningún otro edificio, por lo que, según García Ramos, tuvo que ser traído de otro lugar. Pero se da la circunstancia de que en la Edad Media la piedra utilizada para la construcción procedía siempre de las proximidades, y Galicia quedaba fuera del radio habitual. «Traer materiales desde largas distancias era mucho más frecuente en época romana», afirma Ramos.

Uno de los sillares de granito está situado en la base de un contrafuerte de la cara Oeste y otro en la fachada Norte. Ramos cree que había un tercero, aunque no lo puede precisar con seguridad; en todo caso, está casi convencido de que su presencia en los muros de Lillo responde a que fueron aprovechados de alguna construcción romana.

En esto también son distintas las dos edificaciones del Naranco. La piedra de Santa María no sólo es de mejor calidad en su totalidad, sino que tampoco hay ninguna muestra de granito o piedras ajenas a las habituales en sus muros, únicamente se puede encontrar un bloque de arenisca en el zócalo, que procede de una reconstrucción reciente dirigida por Menéndez Pidal.

Las piedras utilizadas en el palacio ramirense presentan una mayor uniformidad y son, en su mayoría, areniscas y calizas arenosas del Cretácico; hay también dos variedades de rocas del Terciario y algunas del Jurásico, con las que se realizaron las piezas más elaboradas, como rosetones, fustes y otros elementos decorativos. Por el contrario, Lillo destaca por sumar a las variedades citadas la roca arenisca rojiza y ferruginosa del Paleozoico, procedente del propio monte Naranco, y que está presente en un veinte por ciento del monumento.

García Ramos no encuentra explicación a que se utilizaran unas variedades de piedra más elaboradas en un edificio que en el otro. Una de las posibles hipótesis que añade a la ya expresada de la reutilización de materiales antiguos es la de que la iglesia pudo haberse levantado en varias etapas, lo que no es del todo descabellado si se tiene en cuenta que San Miguel de Lillo sufrió un importante derrumbe que se llevó dos tercios de la primitiva construcción. Algunos años después se volvió a poner en pie reconstruyendo parte de los muros que quedaron dañados.