Oviedo, Eduardo GARCÍA

La Regla Colorada. El libro ha pasado a la historia con un nombre peculiar. El archivero diocesano Agustín Hevia lo extrae con mimo del lugar donde la Iglesia asturiana lo custodia, y explica el origen de la denominación. El libro conserva su encuadernación primitiva, y esas tablas, sólidas y pesadas, de madera estaban pintadas de rojo. Casi no se nota porque el tiempo se ha encargado de despistar; pero sí, en algún punto aún se perfila ese color original, aparentemente tan poco adecuado para una obra que recoge mucho documento «serio».

Tenemos en la mano una de las cuatro grandes joyas bibliográficas de la Catedral de Oviedo, junto al Libro de los Testamentos, el Libro Becerro y La Regla Blanca. Y, por decirlo de alguna manera, tal cual nos lo entregaron hace más de seis siglos.

Fue escrito en 1383 en el scriptorium (taller de copistas) del obispo Don Gutierre, y reúne copias de 103 documentos que tienen relación directa con la diócesis asturiana. El amanuense fue Tirso, quien dejó su firma al final del trabajo. Le llevó su tiempo, sin duda, porque el códice manuscrito está formado por 146 folios, escritos en su mayor parte a una sola columna y con numerosos dibujos. En latín y castellano antiguo. Responde a la estética de un románico ya avanzado (el gótico se atisba), y es un libro hermoso, quizá lo mejor que se puede decir de un libro.

Entre La Regla Colorada y el Libro de los Testamentos hay más de dos siglos de distancia, aunque los objetivos de sus respectivos promotores, los obispos Don Pelayo y Don Gutierre, hayan sido muy parecidos.

Don Gutierre se lo tomó muy en serio para la realización de La Regla Colorada. Mandó copiar literalmente ese centenar de documentos ante el juez Alonso Peláez, y ordenó a un notario apostólico y otro público la fiel transcripción de dichos documentos para no dejar nada al azar. Las firmas de esos dos notarios aparecen a lo largo de toda la obra.

Se copian bulas, privilegios reales y documentos eclesiásticos, todos en orden a salvaguardar derechos de la Iglesia de Asturias. Algunos de esos documentos tienen una importancia capital, como el privilegio fechado en Segovia «del muy noble rey don Iohan» (se trata de Juan I) en el que se concede el condado de Noreña al obispo Don Gutierre. Tiene fecha de 20 de septiembre de 1383 (era de 1421, según reza en el documento. A esa fecha hay que restarle 38 años para acompasarlo a la actual cronología). Un privilegio por el que se dio «la casa y señorío de Noreña, con todos sus cotos e aldeas, e iugerías e yantares e comiendas e presentaciones, e con todos los otros sus derechos» al obispo de Oviedo.

Juan I, rey de Castilla, era hijo de Enrique II y reinó desde 1379 hasta 1390, año en que se mató tras una caída de caballo. El condado de Noreña fue todo un regalo a la Iglesia de Oviedo, como pago de lealtades.

Algunos de los documentos incluidos en La Regla Colorada estaban ya incluidos en el Libro de los Testamentos. Había, pues, un claro deseo de autentificación a través del tiempo, y lo mismo sucede con el Libro Becerro, casi contemporáneo a la obra que protagoniza este reportaje.

Treinta líneas por página, ni una más y ni una menos. Matemático. Nada se dejó al azar como lo prueba el fino entramado, casi imperceptible a la vista, de líneas horizontales y verticales para marcar distancias y márgenes, como si se tratara de una libreta escolar.

El primer documento que se copia es la bula del Papa Juan, de 821, por la que se concede a la diócesis de Oviedo la categoría de arzobispado. A partir de ahí, cinco siglos de documentación en la que conviven sobre pergamino cuestiones trascendentales como la anteriormente explicada del condado de Noreña, que convirtió al obispo (y a sus sucesores en el cargo) en conde por prerrogativa real, con otro menudeo administrativo de lo más variado.

La letra es gótica, y resulta infinitamente más fácil de leer que la oscura letra visigótica que encontramos, por ejemplo, en el Libro de los Testamentos. El archivero Agustín Hevia Ballina es capaz de hacerlo casi de carrerilla. La explicación del «apellido» Colorada ya quedó clara en la página anterior. Lo de Regla viene a significar un conjunto de normas, «unas pautas sobre las que actuar, un compendio que fija los límites», en palabras del propio Hevia.

La profesora Elena Rodríguez Díaz publicó en el Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA) el estudio más al detalle de La Regla Colorada de la Catedral de Oviedo. Data del año 1995. Entre el anecdotario, Elena Rodríguez hace hincapié en los dos tipos de piel utilizados para la realización de la obra, de calidad muy distinta.

«Una es una membrana oscura, fuerte y bien pulida», mientras que la otra, que se va alternando en la sucesión de folios «es más fina, clara y rugosa al tacto». Aunque apetezca, mejor no comprobarlo sobre el terreno manoseando el códice. El pergamino se encuentra en un muy aceptable estado de conservación, a excepción de la última media docena de páginas. Sorprende la alta calidad del color, seis siglos después de haberse utilizado, como si la mano del artista hubiera llevado a cabo su obra en 2011. Son 628 años que parecen haber pasado como un soplo.

Las iniciales están miniadas y el copista o copistas juegan con las tintas negra y roja a la hora de abordar la escritura, y lo hacen con tal esmero que la fría relación de documentos administrativos, aunque muchos lleven firma real, se convierte además en una obra de arte. El detalle del conejo gaitero no tiene desperdicio.

La tinta roja tiene especial protagonismo y es exclusiva en las cinco primeras páginas, sin numerar, del libro, donde se inserta un índice con todos los documentos por su orden de copia. El obispo debía de ser un hombre de orden, en todos los sentidos.

El libro incluye el escudo de armas de la familia del obispo Don Gutierre de Toledo, quien fallecería en 1389, es decir, seis años después de ver terminado en sus manos La Regla Colorada. Don Gutierre de Toledo es uno de los grandes nombres de la historia eclesial asturiana. Sus buenas relaciones con el rey Juan I le vienen de haber acertado en la apuesta, a favor del monarca castellano, frente al conde Alfonso Enríquez (el titular de Noreña, precisamente).

Don Gutierre fundó en Salamanca un colegio menor que estuvo funcionando nada menos que casi cuatro siglos. Su nombre oficial era el de Colegio de Pan y Carbón, pero en los ambientes universitarios salmantinos siempre fue conocido como el Colegio Viejo de Oviedo.

Las pretensiones eran modestas, pero se mantuvieron estables: daba alojamiento, comida e «infraestructura» espiritual a tan sólo seis estudiantes por año, dos asturianos, dos toledanos y dos palentinos, un curioso reparto que atendía a los orígenes familiares del obispo-conde asturiano.

Que Agustín Hevia sepa, La Regla Colorada nunca ha salido del Principado de Asturias. Entre los documentos copiados figura uno firmado por la reina Doña Urraca, siglo XII, por el que se concede al Cabildo los palacios reales de Oviedo «y otras iglesias y lugares con sus gentes». Lo de «sus gentes» tiene que ver con los derechos de impuestos porque ya para los reyes de Castilla en tiempos especialmente duros de la Reconquista, Hacienda eran todos.

«El Señor me lo dio, el Señor me lo quite. Sea bendito el nombre del Señor». Frases piadosas como ésta las encontramos al final del libro en un par de páginas que sirven a modo de epílogo y que se supone que están escritas por el propio copista. «Al honor y gloria de Dios omnipotente», sentencia otra. Tirso, el copista, o era hombre religioso por demás o sabía muy bien para quién trabajaba. O las dos cosas, que es lo más probable.