Si son poco habituales los estrenos en la programación de nuestras orquestas, dos estrenos en un concierto, uno absoluto y otro en España, son excepción. Partidario, como somos sin reserva, de que en los conciertos se incluya la música compuesta en la actualidad -¿qué legado dejaremos para el futuro si no tiene cabida en la programación la creación de los compositores del presente?-, es muy loable el esfuerzo por dar un paso adelante, incluso con el riesgo de no tener asegurado, a priori, el aplauso de todo el público que, incluso siendo desigual en su heterogéneo gusto, es un factor importante para entender el fenómeno musical desde la óptica actual. El tiempo y una mayor perspectiva se encargarán de valorar el peso artístico de cada compositor. La primera obra escuchada, «Parparon for orchestra», fue la ganadora del III Concurso Internacional Magistralia de Creación Musical para Mujeres. La compositora nacida en Tayikistán, pero con nacionalidad sueca y canadiense, Nurulla-Khoja (1972) asume en su dialéctica sonora la difícil intención -casi imposible si se trata de escrutar los recursos de una orquesta sinfónica al uso a estas alturas-, de una búsqueda de «sonidos no escuchados y formas nunca vistas»... Su tratamiento de la orquestación, resulte paradójico o no, demuestra en su pericia su bagaje y formación. Es una obra estructurada en siete frases, cada una de las cuales -extraemos de las notas al programa de Alejandro González Villalibre-, es reinterpretada a través de diferentes elecciones de timbres y acordes, jugando con estos parámetros para crear un todo musical en el cual el timbre se fusiona con la textura musical que lo envuelve para erigir en cada frase una nueva e independiente creación. Algo muy difícil de percibir en una primera escucha.

La segunda obra de la primera parte y estreno en España, el «Concierto N.º 1 Arena, para percusión y orquesta» del compositor sueco Tobias Broström (1978), sí tuvo una mayor aceptación por parte del público, a juzgar por los numerosos aplausos recibidos. Aunque también es cierto que contó con un atractivo añadido de cara al oyente-espectador, como es la figura de un solista de percusión, algo tan poco habitual como impactante en su resultado sobre el escenario. En el éxito contribuyó de forma indiscutible, por un lado, la solidez de la obra, que no desdeña los recursos compositivos inherentes a una formación instrumental «clásica» en los pasajes orquestales y, por otro, un resultado vigoroso en la parte solística, para lo cual la deslumbrante y virtuosística interpretación de Fernando Arias, percusión principal de la propia orquesta, fue incontestablemente determinante. Su despliegue de recursos y su exhibición en el dominio polirrítmico fue absolutamente espectacular. Insistentes aplausos y numerosos «bravos».

La labor directorial fue impecable, sobresaliente también, en la realización de estas dos obras, preciso y muy claro en su gesto, condujo con éxito la interpretación de estas dos obras complejas en su realización. La necesariamente impactante labor de Fajen en la primera parte que, cualquiera de los presentes en el concierto puede estimar en su justa medida, creemos que no tuvo el mismo efecto en la interpretación de la «Octava sinfonía» de Dvorak, ¿tal vez porque el complejo trabajo realizado en la primera parte concentrara la mayor parte de su atención? Aunque para una orquesta que camina hacia la madurez como «Oviedo Filarmonía» no ofrezca dificultades técnicas -lo más sencillo en música no es casi nunca sinónimo de fácil-, en la interpretación de una obra de repertorio como esta sinfonía, creemos la penetración de Fajen no estuvo al mismo nivel para una bellísima música de paradigmática factura. Resultó claro en el manejo de los contornos sonoros, en los planos y en la precisión rítmica pero, a nuestro juicio, con una interpretación global por debajo de las posibilidades que la obra ofrece y de las del propio maestro Fajen como director.