Fue un jueves. Un 30 de noviembre. De 1995. Era la primera vez que me enfrentaba al público con un cortometraje. ¡Era la primera vez que me enfrentaba al público! El corto llevaba por título «Es todo un poco absurdo, ¿no?». Estaba tan nervioso que no pude verlo desde las butacas del salón del actos del Monte de Piedad, donde se proyectaban todos los cortos del día de Asturias de aquella 33.ª edición del Festival Internacional de Cine de Gijón. Lo vi desde la pequeña sala desde donde se proyectaba. Conmigo estaba José Luis Criado, un buen amigo que me acompañó en aquel momento de pánico. Recuerdo que a medida que el corto avanzaba la gente empezó a lanzar alguna risa furtiva (era la idea); poco a poco empezaron a reírse con ganas y llegaron las carcajadas, resultado de las tonterías que había escrito, grabado y montado con mis primitivos conocimientos cinematográficos (que, por cierto, conservo intactos). Cuando oímos aquellas carcajadas, José Luis y yo nos miramos y gritamos: «¡Se están riendo!».

Nos abrazamos y celebramos aquellas risas como si hubiésemos puesto en marcha el acelerador de partículas. Esa noche me creí por primera vez que podía ser un contador de historias. Y fue gracias a José Luis Cienfuegos, quien siempre reservó un hueco en el festival para nosotros, los realizadores asturianos que empezábamos a gatear con nuestros cortos y documentales. Nunca censuró, criticó o puso pega alguna a nuestros trabajos. El día de Asturias gozaba de privilegios propios de los que no gozaba la sección oficial. Era el día de los asturianos y no importaba la calidad técnica, ni la duración, ni la temática de los trabajos. Era nuestra plataforma para ponernos a prueba ante el público, que al final era el que iba a decidir si quería que siguiésemos en este negocio o no.

Pero aparte de ese día, teníamos todo el festival para seguir formándonos. El programa del festival era como el horario escolar. Viendo algunas de aquellas películas te llevabas grandes bofetadas de realidad. Era como si una voz te dijese tras tu butaca: «¿Quieres hacer pelis? Pues ponte las pilas, porque hay gente de tu edad en Turquía, en Tokio, en Suecia y en Nebraska que te sacan mucha ventaja, guaje».

Pero no sólo los que soñábamos con dedicarnos al cine éramos fieles a la cita anual. El festival de Gijón siempre ha sido una fiesta del cine por y para el público. Sin alfombras rojas (que se ensucian en seguida) y sin famosos (¿para qué sirve un famoso?). En Gijón se iba a ver cine. Y todo el mundo salía de las proyecciones con el pelo algo alborotado. Como si alguien hubiese abierto las ventanas dejando entrar aire fresco en esta Asturias nuestra tan acurrucada en sí misma.

Después de unos años me hice profesional. Ya tengo dos películas a mis espaldas. Pero, sinceramente, no me gustaría haberlas visto en el Festival de Cine de Gijón. Prefiero las que José Luis y su equipo escogieron para mí y para todos nosotros durante estos dieciséis años. Gracias a ellas soy mejor guionista, director y, sobre todo, espectador.

Todo eso ha terminado. Alguien ha decidido apagar otra luz en esta Asturias nuestra, cada vez más en penumbra. Lo que venga a partir de ahora en el festival no me interesa. Prefiero quedarme con el recuerdo de haber arrancado la primera carcajada de mi carrera gracias a José Luis Cienfuegos.

Hasta siempre, FICX.