Oviedo, Eduardo GARCÍA

El físico ovetense Alberto Castro llega en bici al laboratorio donde trabaja, almuerza en el restaurante de la Universidad y en su tiempo libre hace la compra en el súper o va al gimnasio. Todo normal, salvo por el hecho de que Castro hace todo eso en Sendai, ciudad japonesa al norte del país y a tan sólo unos cien kilómetros de Fukushima, el epicentro del desastre del pasado año.

Alberto Castro tiene 31 años y ha recalado, en Japón, en el laboratorio del catedrático Takashi Kyotani, referencia mundial en su campo de trabajo, gracias a una beca posdoctoral del Plan de Ciencia del Principado a través de la oficina de la FICYT. Ese campo de trabajo tiene que ver con una investigación sorprendente, con tintes futuristas: la posibilidad de que materiales nanoestructurados puedan ser utilizados como celdas biológicas de combustible generadoras de energía eléctrica a partir de nuestros fluidos corporales. Nuestro cuerpo convertido en una minicentral eléctrica capaz de hacer funcionar determinados dispositivos, como los marcapasos o los biosensores.

-¿Estamos hablando de algo realmente posible?

-Por supuesto. Se trata de utilizar la energía química de un compuesto biológico para convertirla en energía eléctrica mediante la acción catalizadora de las enzimas.

Esta línea de investigación la inició Castro en el Instituto del Carbón (INCAR), en Asturias, centro perteneciente al CSIC. Trabaja en la síntesis de materiales recubiertos de carbono. Materiales porosos, con unas determinadas características, y enriquecidos con carbono, que les da conductividad y estabilidad. De ahí sale un «nuevo» material, con propiedades mejoradas. El trabajo de Castro se centra en la preparación de esos materiales y en las celdas de combustible.

Japón como destino no fue fruto de la casualidad. «Había ido ya tres veces desde 2007 porque el grupo de Kyotani tenía relación con el INCAR a través de Amelia Martínez y de Díez Tascón. En Japón puedo seguir mi línea de investigación a partir de lo que yo propuse. Y me fui».

La beca cubre todo el año 2012. La nómina proviene de España aunque Castro cobra en yenes, tras el cambio de moneda. Es un problema por las fluctuaciones. El cambio actual es de 1 euro por 98 yenes, pero llegó a estar a 120 yenes. «La vida en Japón es cara. Yo lo noto muchísimo con la fruta, por ejemplo. Una manzana -aquí las venden por unidades- puede llegar a costar cien yenes. Son manzanas perfectas, eso sí. Y eso se paga. Un litro de la leche más barata anda por los 157 yenes». En comparación con esos precios de la cesta de la compra, hay posibilidades de comer en Sendai por poco dinero. «El menú en el restaurante de la Universidad me cuesta unos cuatro o cinco euros.

En el laboratorio trabajan junto a Castro veinte personas. «Organizo mi tiempo, suelo llegar a las nueve o nueve y media de la mañana y a veces me marcho a la una de la madrugada. Tengo mi casa alquilada a unos diez minutos andando. La gente trabaja mucho. Castro había acumulado experiencia investigadora en la empresa inglesa Mast Carbon International, cerca de Londres, gracias a una ayuda del programa Marie Curie, de la UE. Nada que ver con Japón. En Sendai, que Castro sepa, hay cuatro españoles. Su trabajo está en la frontera entre la ciencia de materiales, la bioquímica y la tecnología química. «La investigación es compleja pero el problema con el idioma lo dificulta mucho más. Y aquí no todo el mundo habla inglés».