Basada en la novela «El tiempo de los emperadores extraños» del ovetense Ignacio del Valle, «Silencio en la nieve» abre con un campo helado en el que conviven cadáveres de animales y humanos. Entre el derrumbe de la II Guerra Mundial, los miembros de la División Azul Arturo Andrade (Juan Diego Botto) y el sargento Espinosa (Carmelo Gómez) encuentran el cuerpo de un soldado con la frase «Mira que te mira Dios» marcada a cuchillo en el pecho.

Ese poderoso arranque augura un thriller con premisas potentísimas: aislados, en medio de las contradicciones del frente (soviético), germina una historia de venganzas, traiciones y personajes sin futuro.

Esforzado y con afán de superproducción, oscuro y derrotado, el thriller de Gerardo Herrero («Malena es un nombre de tango», «Las razones de mis amigos») funciona a golpetazos: en algunos momentos nos parece que nos hallamos ante su mejor trabajo (la imagen de los caballos congelados de muerte o esa ruleta rusa esquizoide) y, en otros, se nos muestra al cineasta en sus hábitos más frecuentes, los de un realizador (en) automático (ese énfasis en redundar emociones con la BSO). Y, así, quizá este debate (si Gerardo Herrero es capaz de desembarazarse de sí mismo) sea el mayor campo de batalla de la cinta, que continúa durante todo el metraje con su transcurrir abrupto entre un notable cine comercial con riesgos y un celuloide convencional de poca entidad.

Estos vaivenes, probablemente agudizados en sala de montaje, dejan la responsabilidad sobre los hombros de los dos actores protagonistas, los impecables Botto y Gómez, que consiguen sostener los mimbres inestables de «Silencio en la nieve». Son ellos dos los que, acompañados por solidísimos secundarios (Víctor Clavijo, Adolfo Fernández), salvan y recuperan esa tremenda película que nos prometía su escenario inicial de cadáveres congelados. Al final, el regreso a la paz no tiene cabida en la detectivesca del soldado Andrade y, en otra de las cimas del filme, el epílogo nos devuelve al punto de partida, con bombas, con destrucción, recordándonos que de los asesinatos en masa sólo pueden emerger, victoriosos y ensangrentados, los asesinos en serie.