Después de participar este verano en el Festival de Valdediós, el violonchelista Adolfo Gutiérrez Arenas regresó a las tablas ovetenses con un concierto dentro del calendario de la Sociedad Filarmónica. Los abonados de la entidad tuvieron así la oportunidad de escuchar con adelanto el mismo programa que Gutiérrez, junto con Graham Jackson al piano, llevará en febrero al ciclo de «Ibermúsica» del Auditorio Nacional de Madrid, donde Gutiérrez debutaba con la Sinfónica de Londres en 2010, bajo la dirección del asturiano Pablo González.

Al tiempo que su presencia se asienta en el circuito de conciertos, la evolución artística de Gutiérrez queda de manifiesto. Como demostró con este último programa -que antes de llegar a Madrid paseará también por Cuenca y Albacete-, se trata además de un intérprete comprometido que, a diferencia de otros, no teme el riesgo. Como dice el refrán, el que no arriesga no gana. Y Gutiérrez va sumando mientras crece.

En su anterior concierto en Oviedo, que fue junto a la Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA), se le escuchó en una versión intimista y conmovedora, de gran recorrido lírico, del «Concierto para violonchelo en Mi menor, Op. 85» de Elgar. Esta vez, en un formato de cámara en el que el más mínimo detalle es apreciable, la gama sonora capaz de transmitir con el violonchelo, favorecida en todo momento por Jackson, apareció espléndida.

Al poder comunicativo del músico se suma la capacidad de sorprender con una diversidad de registros admirable al violonchelo. Así, cuando en el concierto parecía quedar todo dicho, Gutiérrez conmovió al público con el «Adagio» de la «Sonata Op. 102 n.º 2» de Beethoven, a través de una melodía susurrante en el chelo, que sonó solemne y emotivo.

La «Phantasiestücke Op. 73», que Schumann escribió en principio para clarinete y piano, abrió el programa con la serenidad y delicadeza ajustadas a la interpretación de la música del compositor, en una obra de intensidad creciente, a través de un tándem de instrumentos perfectamente cohesionado, que demostró durante todo el concierto una gran compenetración en un trabajo de altísimo nivel.

Con Brahms y su «Sonata n.º 1, en Mi menor, Op. 38», quedó al descubierto una de las cualidades fundamentales de Gutiérrez, que tan bien encajan con este tipo de repertorio. Un fraseo amplio, de ricos perfiles, en el que la preocupación por el sonido está por encima de las dificultades mecánicas y las limitaciones del instrumento. Así fue también en Beethoven, de sonido espléndido y flexible, para llegar al cénit del concierto, una «Sonata» de Franck de gran pericia en la interpretación.

La obra de Franck, tremenda en su ejecución, es una pieza angular del repertorio de música de cámara, que requiere por parte del intérprete una meditación profunda para transmitir la densidad de su escritura, a través de la extensión del material temático en procedimientos cíclicos.

Uno de los mejores conciertos, por tanto, de la temporada de la Filarmónica, entidad musical decana en Oviedo, que ofrece un ciclo musical por cuotas hoy día asumibles que no está de más recordar de vez en cuando -18 euros al mes, con una cuota mínima para menores de 21 años de 2 euros mensuales-, y que alcanza altas cimas, como fue este caso.