La veterana actriz catalana Asunción Balaguer presenta su última propuesta escénica, 'El tiempo es un sueño', escrita y dirigida por Rafael Álvarez 'El Brujo' a partir de las vivencias personales de la propia intérprete. Durante el montaje, un monólogo en el que Balaguer intercala reflexiones sobre su propia vida con poemas de Machado y otras obras literarias, la actriz habla de sus inicios en la interpretación, su carrera y la vida junto a su marido, el mítico Paco Rabal, fallecido en 2001

-En la obra se interpreta a sí misma.

-Sí, es un monólogo que me preparó Rafael Álvarez El Brujo al poco de morir Paco. Me dijo: 'Te vienes a casa y me cuentas cómo te hiciste actriz, cómo era tu familia, cómo conociste a Paco'. Eso me sirvió de terapia, porque contaba cosas graciosas y otras veces me ponía a llorar. Pero fue muy bueno, porque descubrí cosas mías y de Paco que a lo mejor no habría descubierto. Rafael y Paco se tenían muchísimo cariño, y fue todo muy amable y muy respetuoso.

-¿Es toda la obra en ese formato?

-Intercalo algunos poemas de Antonio Machado, esos poemillas que él hacía en la rebotica con sus amigos, y ha quedado muy bien. Me hace mucha ilusión contarle todo esto al público, así como cuando hago teatro no me gusta saber quién está entre el público, porque interpreto otra persona, aquí soy yo y me siento relacionada con el público. Me gusta contar las sensaciones que tuve de joven y momentos cruciales de mi relación con Paco.

-¿Hubo fragmentos que no quería incluir por considerarlos demasiado íntimos?

-Sí. Les dije: 'Esto no lo contéis, cortadlo, porque es algo que os cuento a vosotros en la intimidad'. Pero lo grabaron (risas) y, al final, cuando Rafael hizo el resumen de todo, me dijo que ese fragmento era el final de la pieza, el compendio de todo. Lo hizo como hace siempre El Brujo, comparando obras literarias con la vida; lo relacionó con una obra que yo hice de jovencita y que me había impresionado. La hice con 17 años, imagínese lo que sabría yo de la vida entonces (risas), y el personaje era una muchacha que soñaba todo lo que le iba a pasar. Le dije a Rafael que yo he sido muy afortunada, y todo lo que he soñado me ha salido, estaba segura de lo que me iba a pasar. De ahí viene el título, La vida es un sueño, que era una obra de René Lenormand que hice en 1946.

-¿Cómo es eso de interpretarse a uno mismo?

-Me gusta ser yo misma, así cuento cosas que me ocurrieron cuando era joven y explico cómo eran las compañías de teatro. El fondo no ha variado nada, pero las formas sí. Se vive mucho mejor ahora aún con la crisis, porque en aquella época no teníamos nada, no teníamos ni para comer, era como lo cuenta Fernando Fernán Gómez en El viaje a ninguna parte. Era así y a veces peor, pero éramos jóvenes y nos gustaba lo que hacíamos.

-¿Coincide la imagen que el público conserva de Paco Rabal con la que da en su monólogo?

-Creo que sí, porque todo el mundo le sigue queriendo. Hace ya diez años que se fue, y nunca se ha acercado nadie para decirme que Paco le había hecho algo malo. Al contrario, se le sigue admirando porque era un ser muy especial. Siempre que se le acercaba gente, Paco estaba con su sonrisa, su gracia y unas palabras agradables. Estaba muy feliz de ser actor, porque le dio oportunidad de conocer a gente maravillosa y de aprender, porque él aprendió de la vida.

-¿De cuál de sus trabajos estaba más orgulloso su marido?

-No era un hombre vanidoso, nunca creía que lo había hecho bien. Le aconsejaba los papeles que le iban bien; me decía: 'No, yo eso no lo veo'. Y yo le contestaba: 'Paco, si lo haces tú, le vas a dar al personaje un carisma que no tiene'. Le dieron un premio en Montreal por El hombre que perdió su sombra, un papel muy corto que a él no le convencía, y yo vi la fuerza que le podía dar. Pero estaba orgulloso de Los santos inocentes, que le dio tantísimo, y disfrutó mucho Juncal.