Se ha muerto el último de la importantísima generación de artistas españoles que recibieron en los últimos años todos los premios. Tàpies fue pionero, en la década de los 40, en romper con lo que era el panorama oscuro del arte y la vida en España, con su incorporación y fundación del grupo Dau al Set, que supo leer lo mejor del buen arte español de vanguardia anterior al estallido de la Guerra Civil y de la figura de Miró y su magicismo. Desde los 50 en adelante abanderó lo mejor de la pintura abstracta española e internacional en torno a esa vía del informalismo, de la investigación sobre la materia, del gesto alrededor de la mancha. Desde esa tendencia informalista, sobre todo matérica, es autor de una de las grandes obras de la segunda mitad del siglo XX del arte español.

Fue, además, un magnífico escritor, como lo fue en su día Dalí, dos pintores que a su faceta artística unieron una inclinación hacia el texto, tanto ensayístico como literario, que en el caso de Tapìes alcanza una calidad y una profundidad enormes. Sus ensayos sobre arte en general son realmenrte buenos. Su autobiografía también es un texto excelente para acercarse a su trabajo. Fue uno de los primeros artistas españoles en mirar a Oriente y en reflexionar sobre algunos aspectos de esa cultura, sobre todo, el budismo zen y cómo ese budismo podía proyectarse en la creación. Deja una gran obra y un buen trabajo como escritor y pensador.

Tàpies supo comprender en sus inicios la herencia de dos de los mayores artistas del siglo XX, Miró y Klee, de los que aprovechó la potencia de una intuición creativa muy profunda. Después, resulta muy interesante el modo como afrontó la abstracción. En sus primeras etapas encontró en la materia una capacidad de sugestión casi inagotable y supo extraer de ella una gran energía creativa. En esas obras de los años cincuenta y sesenta hay un sentimiento auroral que descubre, y acierta a revelar también, la intensidad de las cosas más próximas y humildes.