Gijón, Pablo TUÑÓN

La basílica de Covadonga, Santa María del Naranco, Santa Cristina de Lena, Santa María de Villaviciosa, Santa Eulalia de Selorio, San Miguel de Lillo, San Salvador de Valdediós, San Julián de Somió o San Juan de Amandi. A Benigno Runza no se le resiste ninguna iglesia monumental asturiana. Hoy cumple 84 años y la última década la lleva dedicada a la construcción de maquetas de monumentos, preferentemente prerrománicos. Estos días varias de sus obras permanecen expuestas en el Grupo Covadonga.

El presidente grupista, Enrique Tamargo, vio sus maquetas en su casa de Quintueles, donde los hijos de Benigno se dedican al cultivo en viveros, y se enamoró de su labor. Entonces surgió la idea de exhibirla en el Grupo, donde permanece hasta mañana. Benigno Runza, que fue toda su vida ganadero y herrador, descubrió su afición a las maquetas cuando el médico le quitó de hacer grandes esfuerzos. «No puedo estar parado y empecé a hacer esto, con lo que paso el tiempo de maravilla», asegura Runza, al que le gusta el arte prerrománico porque le «hace pensar».

Su primera obra importante fue San Salvador de Valdediós y fue cogiendo destreza. La basílica de Covadonga, su pieza más grande, le llevó 10 meses. «Ya tenía experiencia y la hice más rápido. Santa María del Naranco, una de las primeras, me llevó un año», cuenta Runza, que coge las piedras de arenisca de la zona y las pule con un aparato que él mismo construyó con dos motores de ventilador.

A pesar de sus 84 años, Runza quiere seguir con su gran afición. «Mucho más no podré hacer, porque uno va teniendo una edad, pero en principio sigo teniendo ánimo», manifiesta. En su cabeza, el deseo de hacer una maqueta de la Universidad Laboral, pero no se decide dado que encuentra algunos problemas para los que todavía no tiene solución.

Benigno Runza se ha ido labrando algo de fama fruto de su habilidad reproduciendo iglesias, aunque no piensa en ganar dinero vendiéndolas. «Estas piezas las tengo con mucho cariño y no las quiero vender», cuenta. Eso sí, recuerda la dirección de su casa, en el barrio de Friuz, 37 (Quintueles), para que todo el que quiera visite sus maquetas. «No hay ningún inconveniente», apostilla.