Los estimulantes comienzos de Mariano Barroso con películas tan personales como Mi hermano del alma o Éxtasis como director empezaron a desdibujarse con las muy correctas pero menos inspiradas Los lobos de Washington, Kasbah y Hormigas en la boca, además de algunas incursiones en televisión más que aceptables. Lo mejor de Eva muestra de nuevo la querencia de Barroso por el thriller, y lo hace esta vez con un marcado interés por los territorios más pasionales en los que la piel y la hiel se encuentran en un cruce de destinos. Como siempre, la factura técnica es impecable y con un puñado de momentos sobresalientes que dejan clara la valía del director tras la cámara, pero, por desgracia, el guion, como ya ocurría en otras de sus películas, se tambalea demasiado y a medida que se avanza hacia el final se vuelve rebuscado, que no complejo. A ese desequilibrio entre texto e imagen hay que sumar, para restar fuerza, el contraste entre una magnífica Leonord Watling y un Silvestre desdibujado.

El regreso de la primera entrega de la segunda fase de la saga Star wars (menudo lío) se pone las pilas del 3D para sacar más huevos de oro a una gallina que perdió muchas plumas en su segunda salida del corral de Lucas. Y aunque la experiencia con tantas dimensiones es más honesta y eficaz que muchos títulos recientes rodados con esa tecnología, y que son una tomadura de pelo directamente, el resultado sigue cojeando por culpa de los mismos defectos que hicieron de La amenaza fantasma, y las siguientes secuelas-precuelas, una de las mayores decepciones de la historia del cine. Decepción porque la vuelta de Lucas a las labores de dirección se saldó con un ritmo enclenque, una falta de agilidad pasmosa y una puesta en escena anticuada y amorfa. A eso hay que añadir un guion pueril, la incorporación de algunos personajes más bien cargantes y un nuevo reparto quizá más sólido pero de escaso carisma.