Oviedo, P. Á.

«Cuando leí que había gente que decidía suicidarse dejé de mirar en internet». Rubén Cobo Puente sabe muy bien lo que es la enfermedad. Durante seis largos años sufrió cefaleas en racimos, uno de los dolores más insoportables que se conocen. Recuerda que en las crisis que le sobrevenían «distinguía hasta tres tipos de dolor que eran simultáneos, pero no sería capaz de decir cuál era más intenso».

Santanderino de nacimiento, residente en Liaño de Villaescusa (localidad colindante con el parque de Cabárceno), 55 años, Rubén comenzó a padecer en el año 2000 las acometidas de las cefaleas en racimo. «Fue una noche con dolor de cabeza bastante fuerte, pero no le di mucha importancia», relata a LA NUEVA ESPAÑA. Al cabo de una semana, llegó un nuevo episodio, también por la noche: «El asunto empezó a preocuparme y fui al médico de cabecera».

Así se iniciaban seis años de calvario, con innumerables visitas a los médicos, un interminable catálogo de medicamentos y terapias y muchas noches enteras sin pegar ojo. «No podía acostarme, ni siquiera apoyar la cabeza, porque en cuanto tocaba la almohada sentía un dolor fuerte. Como mejor estaba era paseando a oscuras por mi casa, sin ruidos». Pese a tantas noches en vela, «al día siguiente iba a trabajar». Rubén ejercía por entonces como profesor de dibujo y materiales en una escuela-taller. Más tarde, pasó a otra empresa pública, pero a causa del agravamiento de su dolencia se vio obligado a aceptar la jubilación.

En su primera consulta, el médico pensó que podía tratarse de una sinusitis. Al cabo de un mes fue remitido al servicio de neurología del Hospital Marqués de Valdecilla de Santander. Ya se había familiarizado con dolores en la mandíbula superior, la parte interna de la nariz, el ojo y la frente, siempre en la zona izquierda. El neurólogo concluyó que se trataba de una cefalea en racimo que provenía del nervio trigémino. Fue entonces derivado al doctor Julio Pascual, quien en aquel momento trabajaba en Valdecilla.

Comenzó a tomar grandes dosis de fármacos -entre ellos, mucha cortisona- que le aliviaban, pero que a la vez le causaban graves efectos secundarios. «Me descalcificaron los huesos, sufrí una diabetes, perdí vista, me alteraron emocionalmente...», relata. Sin embargo, «cuando tienes tanto dolor, los efectos adversos te parecen una cuestión menor». El oxígeno también paliaba la cefalea, pero era una mitigación pasajera. Le practicaron hasta cuatro termocoagulaciones y dos terapias con rayos gamma. Acudió a internet en busca de información, hasta que constató que le perjudicaba más que otra cosa. «Llegué a pensar que ya estaban agotadas todas las posibilidades», rememora.

En 2006 fue enviado por el doctor Pascual al Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), donde le operó el neurocirujano Fernando Seijo. Desde mayo de 2007 no ha vuelto a padecer cefaleas. «Casi no me lo creía».

Eso sí, hubo de enfrentarse a un cáncer en la boca que, al lado de todo lo sufrido, hasta le pareció llevadero. Tuvieron que operarle, y eso requirió desconectarle el neuroestimulador. Casi de inmediato volvió a experimentar el aborrecible dolor de cabeza. Menos mal que pronto conectaron de nuevo el aparato.

Rubén Cobo confiesa que en todas estas vicisitudes ha sido fundamental el apoyo de María José, su mujer, enfermera de Valdecilla. «Si no es por ella, no sé cómo habría acabado», apostilla.