Oviedo, Javier NEIRA

A las seis de la tarde del 20 de febrero de 1937 -mañana se cumplen setenta y cinco años- fue fusilado Leopoldo García-Alas García-Argüelles, rector de la Universidad de Oviedo, en la cárcel modelo de la capital asturiana, al pie de la llamada garita del diablo. Tenía 53 años de edad.

Diez días antes había sido condenado a muerte por un tribunal militar tras un juicio que fue una farsa porque no le acusaron de ningún delito.

Se dijo que en el rector habían matado la memoria de su padre, el escritor Leopoldo Alas, «Clarín», muy crítico con la intolerancia, el oscurantismo y los peores usos provincianos de finales del siglo XIX. El profesor Javier González Santos, muchas décadas después, escribió: «Su cobarde ejecución es un patético e inicuo testimonio de aquella España convulsa y, acaso, del solapado rencor que una parte de la burguesía ovetense abrigaba desde décadas contra el ácido retrato que su padre, Clarín, había perfilado en sus novelas». Nunca se sabrá. Los asesinos -no cabe otro calificativo- tendrían en tal caso que explicar su crimen, y aun así a esas palabras poco crédito cabría darles. De lo substanciado en el juicio sólo cabe deducir odio y horror.

El pelotón de fusilamiento falló en la primera descarga. Alas fue rematado con un tiro de gracia. Como cuenta el periodista Juan Antonio Cabezas, «pared por medio del patio, en una dependencia carcelaria dedicada a las mujeres, que denominaban las Escuelas, se encontraban detenidas entre otras las esposas de Javier Bueno, de Amador Fernández, de Vallina, de Belarmino Tomás, de Mulero, de Oliveira y una maestra de Tineo llamada Teresa Vázquez». Estaban atentas porque se sabía que iban a fusilar al rector y le oyeron decir ante el pelotón «con una voz nerviosa, pero muy enérgica: "¡Mujeres que me escucháis al otro lado de esta tapia. Que ésta sea la última sangre vertida. Que sirva para aplacar los odios y las venganzas! ¡Viva la libertad!". Unos segundos después oyeron las descargas. Algunas gritaron sin poder contenerse "¡Asesinos!" Otras cayeron al suelo desmayadas».

El día anterior, las fuerzas republicanas que asediaban Oviedo habían instalado altavoces en las trincheras que rodeaban la ciudad desde los que lanzaron lemas en defensa del rector y amenazas de una dura respuesta si la sentencia era ejecutada. «¡Fascistas! ¡Si fusiláis a Leopoldo Alas quemaremos Oviedo!», se repetía por la megafonía. No sirvió para nada.

Leopoldo Alas había nacido en Oviedo en 1883. Primogénito de Clarín, estudió Derecho en Oviedo y obtuvo la cátedra de Derecho Civil en 1920. Fue un destacadísimo civilista, circunstancia que se suele olvidar quizá porque el foco de atención se pone en su trágica muerte.

Fue nombrado rector en 1931 y elegido diputado a Cortes constituyentes por la coalición republicano-socialista. Desempeñó el cargo de vocal en el Ministerio de Instrucción Pública y, después, de subsecretario de Justicia con el ministro, también asturiano, Álvaro de Albornoz.

No simpatizaba con las derechas cerradas, pero tampoco con las izquierdas revolucionarias. Tras los terribles sucesos de octubre de 1934 declaró: «Tengo la seguridad de que la destrucción no fue consecuencia de un accidente de lucha, sino que la Universidad fue incendiada con toda intención».

Leopoldo Alas fue detenido a los pocos días del levantamiento militar del 18 de julio de 1936. El 13 de noviembre nombraron juez instructor al teniente de artillería León Aliaga, que procedió a llamar a varios testigos. Al rector lo acusaba de un «supuesto delito de rebelión».

Sabino Álvarez-Gendín, catedrático de Derecho Administrativo -sería nombrado rector en marzo del año siguiente-, declaró que Alas «siempre se ha comportado con exquisita corrección, dedicándose única y exclusivamente a su labor de enseñanza». Benjamín Ortiz, canónigo magistral de la Catedral de Oviedo, que había asistido a las clases del catedrático encarcelado, dijo: «No he encontrado en las explicaciones del señor Alas extremismos de carácter político ni social». El joven Braulio Canga, presidente de la Federación de Derecho de la Federación de Estudiantes Católicos de Oviedo, afirmó: «No le he oído hacer en la cátedra ninguna manifestación política».

Era igual. El 21 de enero de 1937 se celebró el consejo de guerra en la Diputación provincial, en el edificio que ahora acoge al Parlamento asturiano. Presidía el coronel Carlos Arias de la Torre acompañado de cinco capitanes. La defensa corrió a cargo del alférez de complemento Diego Sánchez Eguibar.

Comparecieron los testigos que ya habían depuesto en la instrucción y, además, José María Serrano, catedrático de Derecho de la Universidad de Oviedo; Fernando Valdés Hevia, alférez de complemento, y José Fernández Fernández, estudiante de Ciencias.

Las preguntas insidiosas eran las mismas de la instrucción: si era masón, si había ayudado a los estudiantes de izquierdas, si pertenecía al partido Radical Socialista, si pertenecía a Izquierda Republicana, si se había opuesto a la reconstrucción de la capilla de la Universidad tras la destrucción de octubre del 34, si había participado en un mitin en San Juan de la Arena, si había apoyado al Frente Popular...

En su diario Gendín recoge la zozobra de aquellas jornadas: «Recibo, acabado de comer en casa, adonde bajé, como solía permitirme el capitán Janáriz, la visita de Guillermo Estrada, el secretario de la Universidad, un poco alarmado temiendo que apliquen la ley de fugas a nuestro rector, Leopoldo Alas».

Amigos y compañeros del rector intensificaron las gestiones para impedir lo peor. Todo fue inútil. El día 10 de febrero se firmó la sentencia de muerte. El general Aranda la comunicó telegráficamente a la secretaria de guerra del Estado, quedando a la espera de una de las dos posibilidades: el enterado o la conmutación de la pena.

El día 20 llegó a Oviedo el enterado e inmediatamente el juez fue a la cárcel y le leyó la sentencia de muerte a Leopoldo Alas Argüelles, que sólo unas horas después sería fusilado.