Volvió de la revolución libia con varias libretas llenas de notas que ha plasmado en un libro. El periodista Alberto Arce (Gijón, 1976) regresa a su tierra natal para presentar su obra, «Misrata Calling», en la que cuenta la resistencia de una ciudad asediada por las fuerzas de Gadafi. Allí trabajó de «freelance» y, a su vuelta, sus historias encandilaron al editor. Ahora, el que fuera vecino del Polígono de Pumarín y estudiante del Codema, vive entre Guatemala y Honduras, pero antes estuvo en Irak, Afganistán, Líbano, Palestina y Gaza. Aún así, no le gusta que su profesión se mitifique.

-¿Hasta qué punto se juega el pellejo para contar un conflicto?

-Los periodistas que a veces estamos en situaciones de conflicto no deberíamos permitir esta pregunta. Porque nosotros no somos los protagonistas. Estoy un poco harto del periodismo de adrenalina, del periodista valiente. Jon Sistiaga aparece con chaleco antibalas y atrezo. ¡Qué huevos tiene! ¡Cómo se jugó el pellejo! Estoy harto de eso. Lo que importa es que podamos contar las historias de la gente que está allí y no tiene voz. La historia importante no es la mía, sino la de ellos. Si me pasa algo es un accidente laboral. Me juego tanto el pellejo como un comercial que va por los pueblos vendiendo calcetines y puede tener un accidente porque se mete 3.000 kilómetros a la semana. Pero lo mío vende más porque está mitificado.

-¿Y ha llegado a tener dudas de si merece la pena el riesgo?

-Por supuesto que merece la pena, pero a nivel individual. Hace mucho tiempo que he dejado de creer que nosotros vayamos a cambiar nada. Pero tengo la conciencia tranquila: vivo en un mundo de mierda e hice lo que podía para cambiarlo, que era contarlo. He hecho lo que he podido, pero no creo que sirva para nada más que dejar testimonio.

-¿Qué conclusión le diría a una persona que ha vivido el conflicto de Libia desde la lejanía?

-La conclusión que hay que extraer es que el problema gordo surge el día que ganan la guerra. El problema no es ganar la guerra, sino construir la democracia. Luchar en las trincheras y derrocar al tirano es más fácil que construir la democracia.

-¿Vale la pena coger las armas para derrocar a un tirano?

-Hay que ponerse en situación. Si yo hubiera estado en Gijón el 18 de julio de 1936 las hubiera cogido. Si hubiera sido un joven libio o un joven de Damasco, lo hubiera hecho. Es que no hay otra opción.

-Hay quien teme que la revolución libia signifique salir de Guatemala para entrar en Guatepeor.

-Quizá. Por eso lo más difícil es lo que venga ahora. Eso sólo el tiempo podrá decirlo y un periodista nunca debe hacer ficción ni periodismo de futurología.

-¿Había tintes de radicalismo islámico entre los rebeldes?

-No lo sé. Yo no lo vi. Creo que, de haberlo, era muy minoritario.

-¿Los ve capaces de enfrentarse a la construcción democrática?

-Todo el mundo es capaz. La democracia la construye la gente, es como un trozo de plastilina que se moldea y hay gente a la que le cuesta más y menos. Hay países donde cuesta más sangre y otros en los que menos. Y creo que en Libia va a costar bastante sangre.

-¿Cómo decidió irse solo a Libia?

-Trabajaba en un periódico que cerró. Me dieron una indemnización y, o me quedaba llorando y sentado en el sofá, o agarraba la indemnización y salía a trabajar, que es lo que creo que hay que hacer. Menos llorar y más actuar. El futuro y el trabajo, en un contexto tan complicado, no dependen sólo de uno mismo, pero hay que poner todo lo que uno tiene en el asador. Salir y buscar. Tuve suerte y ahora va todo un poco rodado. Por eso hay que decir a la gente que está como estuve yo que tienen todo el derecho del mundo a llorar, pero si lloran demasiado se van a ahogar.

-¿Aflora la solidaridad entre colegas en circunstancias bélicas?

-No es que aflore, es que tu colega, el fotógrafo, es tu mitad. Amigos para siempre. La solidaridad entre compañeros tiene que ser fuerte, aunque no sea siempre así. Yo he tenido suerte de tener a los mejores del mundo y eso es un máster vital. En Misrata estuve con Marie Colvin, que murió la semana pasada. Todo lo que me enseñó espero que sirva para algo.