Ha muerto uno de mis mejores amigos. El primer recuerdo que guardo de Clotas es en la cafetería Korynto, con un Passport con soda en la mano, en compañía de Pepe Coalla. No le había visto aún teclear en la vieja Olivetti de la redacción de Gijón, pero de inmediato se creó una comunicación esencial entre nosotros. Julio Puente me había recomendado que tuviera en cuenta el criterio de Clotas. Fue la mayor fortuna. Desde el primer día que conversé con él me consideré un privilegiado. Jamás le olvidaré ni podré agradecerle la suerte que he tenido de conocerle de cerca y de trabajar bajo su tutela. Fueron casi veinte años de una larga y fructífera amistad.

Como ya se apuntó antes por otros glosadores de la figura, la trayectoria de Clotas ha sido única y poco convencional. Por encima de su quehacer profesional, eficaz y trascendente, se le recordará por su condición de gijonés entrañable. Sus experiencias y sus conocimientos le sitúan entre los elegidos, con un talante abierto y un fino olfato periodístico. Logró, como pocos lo consiguen, un reconocido magisterio profesional. Y aunque nunca ejerció de maestro, su modesta maestría caló en las generaciones de periodistas que le tratamos. Fue uno de los hombres más cultos que he conocido.

Se agolpan en mí muchos recuerdos, demasiados tal vez, vivencias, anécdotas y carcajadas, sus inolvidables carcajadas. Vienen a mi cabeza imágenes imborrables, pero hay una letanía que retumba de forma especial en mi memoria: bondad y generosidad.

Clotas era un hombre bueno, con calidad humana y categoría. La bondad se reflejaba en nunca hablar mal de nadie y en la benevolencia con el prójimo, en un haz de virtudes entrelazadas: compasión, afecto, esplendidez, humanidad, cordialidad y valores, sin buscar la exhibición, y todo como hijo de la Iglesia.

Clotas vivió en LA NUEVA ESPAÑA de Gijón en un clima que los periodistas de su generación no solían encontrar en las redacciones. Era un veterano profesional querido y admirado por todos. Sus palabras contaban, y mucho. En la calle Corrida y en Rodríguez San Pedro se le respetó y, algo más importante, se le escuchó. Personalmente me enriquecí con su amistad y jamás podré agradecérselo. No puedo dejar de resaltar su sabiduría enciclopédica, su lucidez frente a la realidad y su sindéresis, término que tanto repetía como uno de los consejos que había recibido de su padre.

Vitalista profundo y conversador incansable, nunca olvidaré sus conversaciones alrededor de un Dry Martini, o de dos; las tertulias nocturnas en el café Central, o en el Banús; los almuerzos con sus amigos, la tertulia de los viernes, los viajes a Covadonga y los «voyages» sentimentales por el Infiesto de sus antepasados Clotas. Me encantaba preguntarle sobre la República y la Guerra Civil, y a él responder lo que había vivido, lo mucho que había leído y lo que le habían transmitido su padre, Víctor Manuel, y su madre, Armandina. Hemos hablado mucho de política, de religión, de vida, de la guerra, de Gijón, de su amada Lisboa y de su lealtad al régimen de Franco.

Me marcó la intensa relación que mantuvimos desde 1993 hasta que llegó el momento de marchar a Gran Canaria. Con su universal concepto del periodismo, él fue el primero que me animó a aceptar la propuesta canaria. También fue el primero que se emocionó cuando llegó la hora de la despedida, tal vez, ya en precarias condiciones de salud, sospechando que unos de aquellos abrazos sería el último.

Ahora, cuando escribo estas líneas, creo verlo con un periódico, llamando por su nombre a todos los camareros, siempre con buenas palabras; dándonos una noticia que había leído, o que le habían contado en la calle Corrida, o en el Club de Regatas.

La muerte de Clotas nos deja huérfanos a muchos. Queda la prensa de Asturias sin un profesional sincero, irrepetible, un periodista de leyenda. La amistad es afinidad y confidencia. Es una alegría en la que el afecto es de ida y vuelta. Los amigos se eligen, pero uno es más libre cuando tiene amigos, y Juan Ramón los tuvo y los dejó allá por donde pasó.

Termino estas emocionadas líneas. Ser feliz es poseer lo que se desea, y la amistad verdadera es uno de los grandes tesoros. Juan Ramón poseía amistad en abundancia. De él hemos aprendido muchas cosas, pero las sintetizo en dos: bondad y sabiduría. Siempre vivió atento a todos. Hoy sus discípulos y amigos lloramos su muerte, y Gijón y Asturias entera pierden los conocimientos y la memoria de un gran hombre.

Juan Ramón Pérez Las Clotas fue un periodista de vocación, un gacetillero ilustrado, como dejó dicho de sí mismo, con unas experiencias profesionales que sus colegas ya no podremos compartir, pero que aún podremos relatar en otros tiempos de menor emoción. Su adiós es el fin de una época. Me consuela el haberle dicho en vida lo que le apreciaba y lo que le quería.

Juanra, igual que siempre levantabas la copa y pedías al cura José Luis Martínez que brindara en latín, ¡salutem plurimam!