El XIX Festival de Teatro Lírico Español abrió el telón con un programa doble de zarzuela que recupera con justicia para el repertorio «El estreno de una artista», de Gaztambide, y, reestrenada en 1983, «Gloria y Peluca», de Barbieri. Un programa doble con empaque, en el que las intrigas y aspiraciones del teatro dentro del teatro funcionaron como hilo argumental, a través del personaje de Astucio, el director de la corte del Gran Duque que es degradado a peluquero-compositor. De este modo, Ignacio García, responsable de la escena, modifica el final de «El estreno de una artista» para darle la vuelta, literalmente, a la representación de la ópera «I Capuleti e i Montecchi», que se celebra en este caso durante «Gloria y Peluca», con el debut de los cantantes españoles protagonistas del primer título. La escenografía, de Juan Sanz y Miguel Ángel Coso, levanta así, para cada zarzuela, la parte delantera y trasera del teatro del Duque, basado en un diseño en varios pisos que favorece el ritmo y la ambientación, con estilizados figurines de Javier Artiñano, y la iluminación de Francisco Ariza, importante para la recreación del juego teatral de mediados del siglo XIX.

Desembarcó así en el teatro Campoamor la coproducción con el teatro de la Zarzuela, que se estrenaba hace un año en el coliseo madrileño. A Oviedo llegó con los mismos nombres en el reparto, salvo el actor Iván Villanueva, como el Gran Duque «protector de las artes», a la cabeza de una corte excéntrica y algo infantil. A la primera fila del reparto pasó además Marco Moncloa en el papel de Astucio, que destacó en lo dramático y vocalmente tuvo una actuación in crescendo, terminando de imponerse en «Gloria y Peluca», donde sobresalió el terceto en el que, a una sola voz, el peluquero presenta a los protagonistas -soprano, tenor y barítono- de su ópera. Su pareja teatral, la soprano Marisa Martins, afrontó en «Gloria y Peluca» un papel que no le era adecuado teniendo, sobre todo, en cuenta la agilidad y el registro, lo que hace pensar en los criterios musicales seguidos a la hora de unir ambas obras con un mismo reparto. En general, mayor ajuste y nivel lírico se apreció en «El estreno de una artista», con el lucimiento de la pareja española de cantantes que prueba suerte en Italia. De este modo, se contó con la presentación del tenor José Manuel Montero, que demostró medios sobrados, tal y como dice su personaje, «fuerza y extensión», y la soprano Sonia de Munck, que regresó al Campoamor espléndida en números como el de la canción de la gitanilla de Gaztambide, demostrando ser una artista de zarzuela más que eficiente, en un gran momento vocal. También estuvo el actor Tomás Pozzi, que contribuyó, con unos impulsos incontrolables, a la parodia social y de la música italiana que contuvo el programa.

José Miguel Pérez Sierra, en la dirección musical, dio realce a las brillantes orquestaciones -con especial riqueza de texturas la zarzuela de Barbieri- y a la fertilidad de ritmos de una música poliseccional y descriptiva, que la «Oviedo Filarmonía» tradujo con equilibradas secciones y buenas intervenciones de los solistas de la orquesta. Además, destacaron las voces graves de la Capilla Polifónica, aunque hay que valorar las dificultades, para ellas, de números como el coro de oficialas de sastre. Del coro, con una importante presencia sobre la escena, puede, no obstante, pedirse más empaste, como en el comienzo de la obra de Gaztambide o el concertante final de «Gloria y Peluca».