«Tradicionalmente, poseer una farmacia era tener un tesoro. Ya no», concluía un reciente artículo periodístico de Agustín López-Santiago, director general de un conocido gabinete especializado en la compraventa de boticas. Como en tantos otros aspectos de la crisis económica, los números de las farmacias asturianas en los dos últimos años son clarificadores: una caída de la facturación de aproximadamente un 20 por ciento y un incremento de la carga de trabajo que ronda el 10 por ciento, según datos facilitados por el Colegio de Farmacéuticos de Asturias.

¿Motivos? Varios, pero el más claro también se sintetiza en cifras fácilmente comprensibles: el enalapril (antihipertensivo), que en 2004 costaba 13,76 euros, cuesta ahora menos de la sexta parte (2,26); la risperidona (para la esquizofrenia y el trastorno bipolar), lo mismo: de 50,77 a 8,34 euros; el omeprazol (protector del estómago) ha pasado, en el mismo período, de 9,60 a 2,50... Y así muchos otros. El margen de beneficio de los boticarios continúa siendo el mismo (en general, del 27,9 por ciento), pero las cuantías sobre las que se aplica son muy inferiores.

¿Consecuencia? José Villazón, presidente del Colegio de Farmacéuticos de Asturias, explica a LA NUEVA ESPAÑA que en el conjunto de España han entrado en concurso de acreedores más de 200 boticas (ninguna de ellas en el Principado) y que el paro entre los farmacéuticos aumentó un 23 por ciento a lo largo de 2011 (este fenómeno sí afecta a nuestra región).

El cambio de paradigma de lo que significa tener una farmacia está en marcha. No obstante, este tipo de afirmaciones casi siempre requiere matices. En los tiempos que corren, marcados por el mileurismo y por una oleada de cierre de establecimientos que ni siquiera respeta a los bares (antaño inmunes a casi todo), ser propietario de una botica continúa suponiendo, por lo general, un privilegio nada desdeñable. Pero ya no puede decirse que cualquiera de las 457 oficinas de farmacia diseminadas por el territorio asturiano sea un negocio próspero. Es probable que ninguna de ellas haya conseguido escapar del «ajuste». Y es seguro que las restricciones han tenido un impacto muy distinto sobre unas y otras.

Los responsables del Colegio de Farmacéuticos de Asturias expresaron en su día su temor por el futuro de las 160 boticas más modestas de la región. No constan, ya se ha dicho, situaciones dramáticas, pero sí ha habido boticas que se han visto obligadas a prescindir de parte de sus efectivos. Si en Asturias solía haber demanda de licenciados en farmacia, ahora se registra un cierto índice de paro. Algunas oficinas han optado por una ampliación de horario para apurar la rentabilidad.

La variación de los precios de los medicamentos antes citados es muy elocuente y se refleja en la factura que la Administración asturiana tiene que afrontar en concepto de fármacos prescritos en los centros de salud (los de los hospitales siguen otro cauce). De los 352,8 millones de euros de 2009 se ha pasado a 317,1 millones en 2011; más de 35 millones de diferencia en sólo dos años. Esta caída, común a toda España, es principalmente el resultado de los sucesivos decretos del Ministerio de Sanidad en virtud de los cuales se ha rebajado de forma muy sustancial el precio de la mayor parte de los medicamentos.

Las reboticas ya no son lo que eran: «Ahora el estocaje se mira con lupa; los medicamentos caros ya no se tienen; cuando el cliente los reclama, nosotros lo pedimos al almacén», señala a este periódico un boticario de la región. Con el apretón económico, la gestión gana relevancia. Y la gestión consiste ahora en «tener almacenado el mínimo indispensable». Como consecuencia, «la gestión de compras absorbe gran parte del tiempo del farmacéutico». La burocracia aumenta. «Más trabajo y menos ganancias», apostilla el citado farmacéutico.

El trabajo, en efecto, no ha decrecido. Si en 2009 se dispensaron en las boticas asturianas 24,5 millones de recetas, en 2011 se contabilizaron casi un millón más (25,3 millones). Por un lado, la ciudadanía del Principado continúa envejeciendo; por otra, a causa de la crisis, los usuarios tiran de receta más que antes, incluso en fármacos en los que no es imprescindible. La receta acarrea un descuento (del 40 por ciento para los activos; del 100 por ciento para los pensionistas), y cualquier ahorro es bienvenido, por insignificante que sea. «La gente va más al seguro a por recetas, incluso para un paracetamol de 0,98 euros», señala una farmacéutica.

Por otra parte, las guardias nocturnas exigen un esfuerzo no recompensado: no es infrecuente que una botica -incluso urbana- salde una noche en vela con una recaudación inferior a 100 euros.

Ha caído la facturación por medicamentos, y ha caído también -salvo excepciones contadas- la de productos de venta libre. En estos últimos, las boticas tienen que competir con las parafarmacias, y eso exige compras de gran volumen. Ya no está tan clara la máxima según la cual son mucho más apetitosas económicamente las boticas con mayor peso de ventas por receta. Tal como han evolucionado los precios, los productos complementarios parecen ofrecer mejores expectativas de futuro.

Resultado de todo lo dicho es que los traspasos de farmacias ya no son, ni de lejos, lo que llegaron a ser hace unos años. «Las perspectivas de futuro del negocio han disminuido», admite José Villazón. Hoy son impensables operaciones de compraventa como aquélla del año 2005 de la calle Corrida de Gijón en la que llegaron a pagarse aproximadamente 5,4 millones de euros.

El presidente del Colegio de Farmacéuticos de Asturias subraya la necesidad de poner en contraste esta negativa tendencia económica con la «solidez del servicio que prestamos». Y explica que si hace unos años lo que se esperaba de la red de farmacias era que garantizaran a todos los ciudadanos el acceso a los medicamentos en igualdad de condiciones, llevándolos a todo el territorio con seguridad y rapidez, en los últimos tiempos «nuestra actividad aporta un plus propiciando el uso racional del medicamento».

En este contexto, Villazón reivindica el compromiso de los boticarios en la «dispensación informada», que permite que «el paciente reconozca el medicamento, sepa cómo usarlo y supere los malentendidos». Una labor en la que «trabajamos en coordinación con médicos y enfermeros». El presidente de los boticarios destaca, asimismo, los programas y campañas dirigidos a la prevención de la enfermedad y la promoción de la salud, así como la labor del Colegio como «soporte de la formación continuada de los profesionales».

«El ajuste propio de los tiempos de recesión ya lo hemos hecho», sentencia José Villazón, quien agrega: «Sin embargo, el servicio que prestamos a la sociedad continúa siendo modélico».