Muerto Christopher Hitchens, que yace bajo la tierra leve desde diciembre de 2011, sólo queda un ateo «bright» de relieve, un apologista de la increencia verdaderamente famoso: Richard Dawkins, etólogo, zoólogo y experto en evolucionismo, que acaba de debatir en Oxford con Rowan Williams, arzobispo de Canterbury y cabeza, sin jurisdicción, de la Comunión Anglicana.

Hitchens y Dawkins, junto a Sam Harris y Daniel Dennett han sido denominados «los cuatro jinetes» del ateísmo, aunque ellos se rebautizaron a sí mismos como los «bright», los brillantes, para huir de las connotaciones oscuras del término «ateísmo». Son los autores más vendidos, principalmente Dawkins, pero su difusión no ha sido sinónimo de aportaciones novedosas, sino repetición y banalización de viejas ideas ateas. Como diría el filósofo Gustavo Bueno (ateo católico y el único que hoy en día merece ser leído a fondo), el de Dawkins no es más que un ateísmo de brocha gorda, de consumo fácil. Y en Oxford, según las crónicas leídas, ni Dawkins estuvo «bright» ni tampoco Williams. Un par de ejemplos. El arzobispo anglicano resbala peligrosamente cuando afirma que «Darwin no tiene mucho que decir para solucionar el problema de la conciencia; quizá es algo que no depende solamente de las leyes de la física».

Como diría una castizo, «así se las ponían a Fernando VII», porque Dawkins entró a matar con ironía: «Si no podemos entenderlo, será que tiene que ver con Dios». Es decir, si se saca la conciencia humana de los fenómenos naturales y se la introduce en el terreno del misterio de la existencia, se alcanza un callejón sin salida: ¿por qué existe la conciencia? ¿Por qué existe el ser y no más bien la nada? Porque es un misterio de Dios. Pero el misterio nunca es una explicación. Dawkins, que puede ser mal ateo, pero no es tonto, tomó al vuelo este vacío y vino a concluir que Dios es ininteligible, una idea que hubiera revuelto en su silla al Papa Ratzinger, cabeza, con jurisdicción, de la Iglesia católica.

Pero Dawkins tampoco brilló en uno de su argumentos: «Un ordenador debidamente programado podría actuar igual que un hombre consciente, sin necesidad de que un ser superior interviniera en el diseño del software». Simplemente contradictorio, porque el autor de «El gen egoísta» habla de un «ordenador debidamente programado», luego está dando por supuesta una intervención exterior, la de un programador (humano). Por tanto, para refutar el viejo argumento causal de la existencia de Dios, el propio Dawkins utiliza -mal- un ejemplo basado en el viejo argumento causal sobre la existencia de Dios. Es decir, frente a la vetusta idea de que «no hay reloj sin relojero», Dawkins ha hablado tiempo atrás del «relojero ciego» (su libro de 1986, continuación de «El gen egoísta»). Pero «relojero ciego» no es más que una idea contradictoria, y, sobre todo, confusa y oscura, nada «bright».

Los creyentes pueden estar tranquilos, porque con este ateísmo no se va a ninguna parte (y en cambio sí existe un ateísmo que lleva a alguna parte).