Escritora, acaba de publicar «El fin de la raza blanca»

Gijón, J. L. ARGÜELLES

Novelista de éxito, Eugenia Rico (Gijón, 1972) acaba de publicar su primer libro de cuentos, «El fin de la raza blanca» (Páginas de Espuma), que presentará mañana, 15, y el viernes, 16, en Gijón y Oviedo.

-¿Cultiva la narrativa breve desde sus inicios literarios, pero sólo ahora, después de cinco novelas, pública su primer libro de cuentos. ¿Por qué?

-El arte es el mejor regalo que podemos hacernos a nosotros mismos, así que después de «Aunque seamos malditas» quise regalarme un libro de cuentos.

-¿Ha tenido esos cuentos guardados en un cajón durante años?

-Lo primero que publiqué, en Asturias y cuando tenía 11 años, fue un cuento. En este libro he recogido cuentos muy buenos que tenía, he escrito otros y los he armado con una estructura que viene de Dante -cielo, purgatorio e infierno-y ofrece un diálogo entre esos cuentos. En el «cielo» los personajes están perdidos; en el «purgatorio», se encuentran, y en el «infierno», se quitan las máscaras.

-Pero cambia el orden de la «Divina Comedia», que va del infierno al cielo.

-No iba a hacerlo igual que Dante. Como sucede con toda relación amorosa de pasión, solemos empezar en el cielo y acabar en el infierno.

-A diferencia de lo que ocurre en Latinoamérica o en los Estados Unidos, el cuento tiene en España menos aceptación lectora. ¿Hay una explicación?

-Efectivamente, el cuento está maltratado en España, pero no por los lectores y tampoco por los editores, porque aún hay editoriales como Páginas de Espuma. Hay sectores, es cierto, que piensan que es un género minoritario. Clarín, por ejemplo, tiene cuentos maravillosos y, sin embargo, es por «La Regenta» por lo que llega a ser tan importante. Es cierto que, en América, los escritores de cuentos gozan de un gran prestigio: de Borges a Cortázar, pasando por Carver o Cheever, mientras que aquí no. Es un prejuicio, algo que ha impuesto el «marketing» y que podría cambiar en cualquier momento. Yo creo que los cuentos están muy cerca de la verdad de la literatura.

-¿Por qué?

-Alguna vez lo he dicho, y como sé que es periodístico, lo repito: el cuento es un polvo y la novela es una historia de amor; igual que un cuento puede contener muchas novelas, un matrimonio también puede tener muchos buenos momentos. El cuento es como una iluminación, como un relámpago que ilumina un momento las cosas y, después, hay que imaginarse todo lo demás. La novela, en cambio, es como unos focos muy potentes dirigidos sobre la realidad.

-¿Qué características debe tener un buen cuento?

-Un buen cuento tiene que ser perfecto. Un cuento se puede estropear por una palabra, mientras que una novela no.

-¿El cuento está más cerca del poema?

-Sí, está más cerca del poema; si no es perfecto, ya no es un cuento. Un buen cuento tiene que tener un gran inicio, un gran final y una parte media que nos conmueva. Y esto que digo es mío, de Eugenia Rico.

-Ha dado el título del penúltimo de los textos, «El final de la raza blanca», al libro. Es un texto ciertamente ambiguo, creo, con varios planos de lectura. ¿Es su relato preferido?

-No, aunque me gusta su musicalidad y que es un cuento de corte oriental. Habla de la traición, de la cobardía. Nos repiten lo del rescate financiero, pero necesitamos un rescate emocional. Creo que una idea puede salvar el mundo, y diría que un cuento es una idea en estado puro. Yo escribo «El fin de la raza blanca» con el absurdo y maravilloso propósito del salvar el mundo. Cuando era pequeña, en Asturias, era muy importante el discurso sobre la bondad; nuestros padres nos enseñaron que era importante ser buena persona. Poco más tarde, empezó a tener prestigio la maldad y llegó la cultura de los «yuppies», de los «tiburones»... Hemos llegado al desastre moral, a la corrupción de ahora, por eso yo quiero reivindicar la bondad como una forma de inteligencia, y la maldad como una forma de locura. Por eso este libro esta lleno de gente malísima: asesinos, pederastas...

-Es como un catálogo de monstruos.

-Pues sí, se puede decir que es un catálogo de monstruos; pero yo escribo contra los monstruos.