Según los datos que se están haciendo públicos, el «tinglado cultural Niemeyer» se fundamentaba en lo que Luis M. Alonso califica, con benevolente agudeza, como «turismo cultural», que remite, inevitablemente, al cosmopolitismo de agencia de viajes cara en versión desenfocadamente elitista: porque el elitismo no es traer a Avilés a estrellas ajadas y a segundones del cinematógrafo, exposiciones fotográficas de un cineasta que aburría con las imágenes en movimiento y pagar 6.000 euros a un amiguete por una «clase magistral», «eventos», tal como se dice ahora, que no merecen realmente ser considerados como «manifestaciones culturales», como apunta Luis M. Alonso. Más bien se trata de expresiones de una concepción cultural perversa y deleznable, basada en los principios del «cosmopolitismo paleto» (sólo es aceptable lo extranjero) y el «elitismo cotizante», pues dado que el lujo es caro, conviene tener yate en Cannes y «caballo blanco» en Asturias. Lo más terrible es que un partido proletario ex marxista haya aceptado y apoyado, con uñas y dientes, este programa: esto es, que la cultura es un lujo.

Es cierto que existen unas formas culturales universales, pero me resisto a reconocer que a ellas pertenezcan las fotografías de Lange y Saura y una prédica de Mira Sorvino. Cada cosa en su lugar y a su tiempo. Aparte que la cultura auténtica no es cara; lo que sale carísimo son las pirotecnias, según se demuestra. Y en defensa de esos sucedáneos inútiles, el partido obrero sacó a sus buenas gentes a la calle apoyando un elitismo no por aldeano menos excluyente y el despilfarro de caudales públicos, en tanto que los gestores del invento (y de los «eventos») se daban la vida padre. ¿Eran imprescindibles los desplazamientos por todo el planeta, de Tokio a Los Ángeles, de Londres a Sydney y Sudáfrica, excluyendo misteriosamente a cualquier país de lengua española, como si éstos fueran de tercera división o N. Grueso pretendiera lucir en todos los hemisferios sus reconocidos conocimientos de la lengua inglesa. Sin duda, la lengua española no es «chic». Por mal camino para salir de la crisis va un país que desconfía de su propia lengua y se rinde al inglés, porque significa que los anglosajones vendrán a ocupar este territorio o que habrá que emigrar a países anglosajones.

Y por si este esperpento fuera poco, el defendido a capa y espada por el PSOE de Avilés ahora encuentra un apaño al servicio del PP de Madrid, como auténtico «condottiero» a las órdenes de quien pague. Esto ya no es una concepción deleznable de la cultura: es algo vergonzoso, altamente inmoral.