Buena idea la de ofrecer «El lago de los cisnes» en dos sesiones. De sobra sabemos que en Gijón gusta mucho el ballet, y una prueba más la tuvimos ayer, con lleno en el pase de las seis de la tarde en el teatro Jovellanos y al finalizar éste mucho público a las puertas aguardando su acceso a la siguiente función, que fue la primera que se había programado y la primera que se llenó.

Dicho esto, creo que a los listillos que van pregonando a los cuatro vientos las excelencias del Russian State Ballet Pushkin -por nombre rimbombante que no quede-, alguien debería llamarles la atención para que no sigan teniéndonos por tontos. Deben de buscar Gijón en el mapa, bah, piensan, una ciudad de provincias del norte de España, éstos tragan. Y no nos venden una burra coja y ciega de milagro, pero sí un sucedáneo del auténtico ballet Russian State..., y eso. Sabemos que esta gente tiene cientos de bailarines en su empresa, a los que hay que sumar los meritorios; con todos ellos forman varios elencos y se reparten por el mundo con idéntico título, Russian State..., y eso. Colocan en ellos un par de figuras para que cosechen los aplausos y el resto a ver si cuela. Lo hemos comprobado otras veces; en Madrid y Barcelona, por ejemplo, bailan otros, los mejores, claro. ¿No sería más honrado que lo dijeran? Miren ustedes, les ofrecemos un equipo de reservas del Russian State y eso, el teatro lo estudia, y el respetable considera si le merece la pena.

Aún así, con todas sus deficiencias, percibidas en el mismo instante que comienza la danza, el público lo pasó bien. La música de «El lago de los cisnes» es preciosa, la ambientación, agradable, y ver 18 tutús moviéndose por el escenario tiene su vistosidad, pero lejos de todas esa historia del mapa y el norte perdido de España, qué error cometen; Gijón dispone de una audiencia refinada y entendida en asuntos de ballet, y no le vale todo; los aplausos de ayer fueron de compromiso, no se dio ni un ¡bravo! ni se produjo la más mínima emoción.

Los cuatro actos de «El lago de los cisnes» se condensaron en dos, con un descarado recorte del cuarto, sin duda para abreviar. La escenografía, con muy escasas variaciones, puede calificarse como correcta, así como el vestuario. Las figuras principales cumplieron con discreción, excepto la bailarina que asume el doble papel de cisne blanco y negro, algo fría en el primero para superarse en el segundo y mostrar una magnífica técnica. Fue lo mejor de toda la obra. En cuanto al conjunto femenino... Lo siento, pero los tules no lo tapan todo. Un cuerpo de baile, indefectiblemente, tiene que ser homogéneo, en estatura, en corpulencia... Ayer, unas eran bien delgadas, otras gorditas y algunas de un 90 cumplido. Imperdonable para un Russian de tantísimas pretensiones.

Lo peor: los técnicos de la mesa de sonido. No contentos con hablar en voz alta y golpear repetidamente el suelo con algo que se les caía, de pronto se les rompió el sonido, se hizo el silencio y el bailarín de turno hubo de seguir sus evoluciones en seco hasta retirarse. El público premió su aplomo con un aplauso.