En los mil años de historia del monasterio de Santo Domingo de Silos (Burgos), un cuarto de siglo en el cargo de abad parecería poco menos que un caldero de agua en medio de tal torrente de espiritualidad benedictina, de arquitectura románica y neoclásica, de Glosas Silenses, de ciprés inmortal o de canto gregoriano que durante décadas ha subyugado a propios y a foráneos. Pero el fecundo cuarto de siglo de Dom (de «Dominus») Clemente Serna al frente de Silos ha tocado a su fin. Un nuevo abad, el monje Lorenzo Maté Sadornil, ha sido elegido por el capítulo del monasterio unos pocos meses después de que Serna comunicara a su comunidad, el pasado diciembre, que renunciaba al cargo. Lo hizo precisamente durante la misa de la festividad de San Clemente, y la noticia causó estupor en la multitud de amigos de Silos. Serna abandonaba la mitra, el báculo y el anillo que le distinguían como abad, un cargo vitalicio equiparable al del mismísimo Pontífice o al de superiores de numerosas órdenes religiosas.

Con una discreción extrema, y sin dar motivos a ninguna consideración extemporánea, el recio Serna, de 65 años, sólo argumentó que después de 24 años de abad corría el peligro de «repetirse demasiado». Sin embargo, los más allegados saben que Clemente Serna ha experimentado dificultades con sus facultades, y que unas chispas de olvido saltan cuando menos se lo espera, y que la memoria se le desborda en ocasiones como si el milenio de Silos fuera una carga demasiado pesada para sus espaldas. Hay quien habla de indicios de Alzheimer, pero de su boca no ha salido ni un solo lamento; tan sólo el gesto de humildad de quien no se apropia de por vida de esa mitra con la que ha cubierto su cabeza durante las celebraciones más solemnes del monasterio.

Hombre austero y sobrio, que en cuanto puede recorre sus 20 kilómetros diarios por las tierras del entorno, y que recibe al visitante con modos acogedores y sencillos, Clemente Serna se enamoró de Silos y de la vocación benedictina cuando cumplía 13 años, en 1959. Aquella encrucijada de caminos, entre la Ruta de la Lana y el camino del destierro de El Cid, era ya una de las abadías más célebres de España, donde el abad Santo Domingo había levantado hacia el año 1040 el célebre claustro de Silos, joya indiscutible del Románico y uno de los espacios interiores más bellos del mundo.

Y en uno de los cuadrantes del claustro se alzaba ya el famoso ciprés, cantado inmortalmente por el poeta Gerardo Diego. El propio Serna se emocionó cuando, ya siendo monje profeso, en 1987, contempló al poeta llorar ante el «enhiesto surtidor de sombra y sueño que acongoja el cielo con su lanza». Era la última visita de Gerardo Diego a Silos, poco antes de fallecer. Serna había nacido en Montorio (Burgos) en 1946. Ya como monje de Silos estudia Filosofía, Teología (en la abadía de Solesmes) y obtiene el doctorado en el Pontificio Ateneo San Anselmo (Roma), de la orden Benedictina, con la especialidad en Patrística Monástica. También se titula en Archivística y Arqueología. Al poco tiempo de ser elegido abad del monasterio, en 1988, emprende con la Asociación Amigos de Silos y el INEM la restauración del convento de San Francisco, en la misma localidad de Silos, hoy hospedería y centro de interpretación de la vida monástica a lo largo de su historia.

Al poco tiempo de aquella iniciativa un productor de música religiosa ofrece a Silos la grabación de sus cantos litúrgicos. Era una iniciativa modesta, pero inesperadamente aquellos discos se convirtieron en superventas durante varias temporadas. Los monjes se asustaron y desde entonces no volvieron a permitir nuevas grabaciones, pero de aquella vigorosa semilla ha surgido que Silos sea todavía hoy un foco de recepción de peregrinos y de oyentes asiduos de canto gregoriano.

Un abad delgado, enjuto, sonriente y discreto, que volvería a «ser monje sin duda alguna, y en Silos», fue el artífice de colocar en la historia durante un cuarto de siglo más a un monasterio con un milenio de vida. Toda esa memoria es la que ahora se desborda en Clemente Serna y en Silos.